sábado, 7 de noviembre de 2009

Capítulo 10 ( Gaby y Saty)






Estira la mano para agarrar el control remoto del televisor. Está exhausta. El encuentro con Richi y la posterior discusión con Arriedo han filtrado sus fuerzas. Enciende el aparato pero ni bien lo hace decide apagarlo. Se levanta dispuesta a darse un baño y comienza a subir hacia su dormitorio, cuando escucha el sonido del celular. Por el timbre descuenta que es Sofía, pero no tiene ganas de escucharla. Necesita limpiarse, sacarse de encima el olor y las indagatorias de Richi antes de enfrentarse a su hija. Purificar su mente, abarrotada de imágenes, de culpas y de interrogantes. Piensa en Jorge, en lo confuso de su muerte, en que nada es lo que parece ser.
Mientras abre la canilla del hidromasaje, mira la marca en su estómago desnudo. Cualquiera que la viera pensaría en un tatuaje, pero Cecilia sabe que está allí desde su nacimiento. Nunca le ha molestado ni mucho menos, habitualmente ni recuerda que la tiene, pero desde hace un tiempo la mira con mayor frecuencia, sobre todo desde que el Cavalliere se fijó en ella. Juraría Cecilia que su relación cambió a partir de ese momento, como si esa pequeña huella, ese estigma de bordes imprecisos, hubiera moldeado su carácter, otorgándole tersura a sus ademanes cada vez que se encontraban en el palacete de calle Oroño. El agua tibia la relaja hasta casi adormecerla y por unos minutos logra olvidarse de todo.



La habitación del Due Torri cumplía las expectativas de Benito. Cinco estrellas para arriba había sido su orden y Nino no había tenido inconvenientes en respetar. La chequera del Cavalliere hacía posible cualquier lujo. De noche apareció el único inconveniente, imposible de preveer por ambos: un aire acondicionado insectizoide que, zumbando, alteró el sueño del huésped. En desvelo y malhumorado, Benito abandonó la cama, mal comienzo para el día que tenía por delante. Se afeitó con prolijidad y eligió los mismos zapatos de la noche anterior.
Había cenado solo en el restaurante del hotel, el Brunello, meditando sobre la importancia del día siguiente. “Triángulos de pasta fresca con langosta a la manteca agreste”. Lo había vomitado a mitad de la noche, y ya no pudo dormir. El aire acondicionado y el sabor langostino, sumado al tráfico entre Vicenza y Verona, eran demasiado para un Lamella Greca.
En la TV trasmitían fútbol argentino en vivo. Newell’s y Boca jugándose el campeonato. Lamentable que la ordinariez sudaca llegue a una suite cinco estrellas pensó Benito. Gente que salta y grita, suda e insulta creyendo dar aliento. Aliento a un equipo de once sujetos que están en otra cosa, no prestan atención a esa masa tercermundista. La idea de tener sentimientos comunes, el ser parte de algo más grande que sí mismo, le aborrecía. Las pasiones no son más que un aspecto curioso de un cierto tipo de primate. ¿No se dan cuenta que son una molestia para los jugadores? Comentó en voz alta mientras el árbitro omitía un claro penal desatando la furia leprosa. La cámara tomó un primer plano del palco oficial, donde directivos, managers, inversionistas y políticos exageran la puteada para quedar bien. Entre ellos está Arriedo.



Sofía introduce la llave en la cerradura, la gira dos veces y abre la puerta de su casa.
- Mamá ¿estás arriba? – grita desde el living.
- Ahora bajo… termino de cambiarme y bajo.
Al abrir el cajón de su ropa interior, Cecilia descubre su consolador envuelto en un pañuelo manchado de sangre. No recuerda haberlo dejado ahí y menos aún reconoce ese pañuelo. Comienza a temblar. Por un momento piensa que tal vez ella no recuerde todo, porque percibe cosas que no logra entender, pequeños olvidos, situaciones desconocidas, rostros inciertos. El miedo se apodera repentinamente de ella al suponer que alguien le debe estar jugando una mala pasada. Tal vez alguien que quiera vincularla con los asesinatos de esas putas, porque no eran más que eso y sin embargo no merecían morir de ese modo. Ella se las había cogido, es verdad y lo había disfrutado, había gozado viendo como se apoderaba de ellas el temor cuando las violaba con ese mismo consolador y en presencia de Jorge y de los otros, mientras el Cavalliere miraba desde un rincón. Pero no era más que un juego, uno donde las partes acordaban los códigos de antemano. Sin embargo alguien, y Cecilia se preguntaba quién, y por qué, se había apartado de las normas.
Cierra rápidamente el cajón y se viste. Decide que más tarde quemará el pañuelo en la chimenea. Cuando baja, encuentra a Sofía en la cocina preparando un licuado. Sobre la mesada, alcanza a ver Cecilia, su bolso entreabierto y la cáscara de una banana.
-Podrías ser más ordenada y tirar a la basura los restos, en lugar de dejarlos ahí – señala estirando el brazo.
- Sí, seguro, ordenada como vos… pero no tengo ganas – contesta con cierta agresividad.
- ¿Te pasa algo?
- No ¿Y a vos? – insiste para provocarla.
- Estoy cansada, hoy tuve un día fatal – dice Cecilia.
- ¡Claro! ¡Me imagino! La señora debe haber estado muy ocupada con sus amiguitos.
- ¿Qué decís? ¿De qué hablás?
- De los machos que tenés hablo… de eso. ¿Te crees que soy boluda?
- Yo no tengo machos como vos decís.
- Ah ¿No? ¿Y entonces que son ese policía de mierda y ese político con los que te encamás? ¿Asistentes de dibujo?
- ¡Basta Sofía! No me faltes el respeto.
- No… ¡basta vos mamá! Por una vez en tu vida decíme la verdad.
Cecilia no aguanta las lágrimas. Cómo explicarle a su hija que su padre sabía de su relación con Arriedo y hasta la incentivaba porque eso lo excitaba, cómo hacerle entender que entre ellos existía un acuerdo sexual, sin desvirtuar la rígida e impoluta imagen que su hija tenía de Jorge. Decide callar. Infiere que es preferible que su hija escuche lo que tiene ganas de escuchar, que su madre es una puta.
- Sentáte y hablemos – dice.
- Bueno… te escucho.



La visión de Arriedo puteando le recordó sus encuentros. La mansión de las fiestas, “restaurante del placer” según halagaban varios. Lo cierto es que Benito nunca había experimentado una fiesta ni elegido un placer particular a la carta. Se movía como ausente entre sus invitados, chequeando que todos estén cómodos, disfrutando y que nada falte. Para algunos era un director de orquesta, pero eso no tenía sentido. El director es parte de la música, la siente como ninguno de los instrumentistas, en él se expresa una belleza que Benito jamás buscó comprender. Un mozo, en realidad soy un mozo pensaba. Voy de mesa en mesa, o cama en cama, comprobando que no falte nada a la gente. Poco me importa lo que coman o gasten, lo interesante es la propina que pueda sacar de todo esto.
Arriedo puteando. En la TV por un penal, en la mansión por cualquier cosa: champagne sin frapera, habanos dominicanos o algún visitante poco amistoso. Arriedo puteando. Desencajado, como el día que García Mónaco llegó con Cecilia, y Arriedo se volvió loco por no conocerlos, y por lo peligroso que resulta meter gente nueva, y que Benito tiene que comprender que ellos son personajes públicos, y un daño a su imagen es un daño a la sociedad misma, y en momentos de crisis tenemos que cuidarnos para no estar peor de lo que ya estamos. Bronca pasajera en ese caso, porque al rato Cecilia ya lo había vuelto loco, y Arriedo quería más y sólo con ella, lo que al doctor no le gustó nada porque la regla es que vamos pasando y nos conocemos y que quedarse estancado es lo que realmente pone en peligro a todos. Arriedo puteando cuando entendió que con el doctor no se jodía y que Benito no se mete en esos partidos y que Cecilia sería una más de las tantas y no una distinta tal como él la veía. Arriedo puteando, como en la TV y para la gilada, los primates que lo ven alterado por un penal y lo votan porque Arriedo es como ellos, popular y comprometido con los muchachos, y no tiene historias para mostrarse como es, en medio de la platea y puteando.
Jorge y Cecilia habían llegado por medio de un viejo amigo del Cavalliere, de máxima confianza, requisito fundamental para participar de las fiestas. Tímidos al principio, sin saber cómo manejarse, pero decididos a entrar en el grupo. Se habían emborrachado rápidamente y Cecilia fue la primera en jugar. Lo buscó a Arriedo por confundir las miradas de incomodidad con atracción. Se fueron a un rincón del living donde Benito observaba el panorama sin interés. No fue Cecilia desnuda, ni Arriedo debajo lo que llamó su atención. Fue una pequeña marca sobre el estómago de Cecilia, 10 centímetros arriba del ombligo. Formaba una pequeña figura alargada, rectangular en el medio, una base circular y una corona al tope. Parecía una pieza de ajedrez. Una reina.



Una sabe que los padres cogen. Pero fue una sensación de muerte la que sentí la noche que decidí seguirlos.
Todo se inició, de casualidad, un día en que mi notebook había resuelto declararse en estado vegetativo y necesitaba imperiosamente terminar una monografía. Había encontrado en la computadora de ella, ciertos archivos que llamaron mi atención por cómo habían sido guardados, casi al descuido, en una carpeta que llevaba el nombre “del tercer tipo”.
En un primer momento, llevada quizás por una cuestión de ingenuidad, o por el deseo inconciente de mantener inalterable la imagen, que una se ha formado durante tantos años de alguien, pensé: “esto debe tener que ver con extraterrestres, a ella siempre le atrajo el tema de los ovnis”.
Como la intriga era muy grande, me despojé del prejuicio de que se debe ser respetuosa de la privacidad ajena y traté de abrirlos. No me costó demasiado, apenas unos minutos de probar con un par de contraseñas que se me ocurrieron factibles. Cuando iba por el cuarto intento, comenzaron a delinearse en la pantalla imágenes con un alto contenido erótico. Eran fotos de personas de ambos sexos en clara actitud sexual, a veces solas, otras entremezcladas, la mayoría grupal. Comencé a pasarlas rápidamente porque la cantidad era importante y tenía temor de que mamá llegara y viera lo que estaba haciendo. Por un momento sentí que mis latidos se detenían y daban paso a una náusea violenta que me obligó a correr al baño para vomitar. Lo que había visto me descolocó completamente. Una piensa que es madura, que la experiencia de tantas cosas vividas nos quita la capacidad de asombro y que estamos preparados para ver cualquier cosa. No fue mi caso. Como la mayoría de las personas he mirado fotos y películas porno más de una vez. Nunca provocaron en mí más que una cierta estimulación, debería decir muy tenue. Prefiero, si se quiere, una escena de erotismo, no tan explícita, para exacerbar mi libido.
Lo que veía a medida que clickeaba sobre cada imagen, no distaba mucho de lo que existe en todos lados. Pero lo repulsivo de todo esto, y creo que no exagero cuando digo repulsivo - aunque tal vez sea necesario que se haya pasado por una situación similar para poder entenderme - fue encontrarme en esas imágenes con rostros familiares.
Una sabe que los padres cogen, porque una no es mojigata, menos aún santurrona y hasta admite que eso es saludable. Aunque íntimamente, una se niega a reconocerlo, amparada en la idea estúpida e idílica de que son seres extraordinarios. Una llega a la madurez y comprende que estaba equivocada, que esos seres que una elevaba a la cualidad de supremos son tan cotidianos y universales como cualquiera. Una lo entiende y lo acepta, pero nunca está lo suficientemente preparada para ver a su madre en una foto, desnuda, con el rostro distorsionado por el placer, con su lengua lujuriosa chupando la pija inmensa de un desconocido, mientras el tipo está sentado sobre una cama en la que hay tres o cuatro personas más revolcándose, ni tampoco está preparada para ver que en esa misma instantánea su padre se está cogiendo a una rubia, con cara de virgen, mientras ella, aprieta las tetas de mamá.
Cerré los ojos en un intento de negar lo visto. Me costó trabajo abrirlos nuevamente, pero debía dejar la computadora en el mismo estado que la había encontrado. Rápidamente borré el historial y la apagué. Tenía las manos frías cuando subí a mi cuarto. No lograba asimilar la situación. Me senté en la cama, los pies colgando hacia fuera, los brazos flojos a los costados de mi cuerpo y me largué a llorar. Primero fue un llanto laxo, al igual que mis brazos, desprovisto de fuerza y luego uno espasmódico, incontrolable, hasta quedarme dormida.
Me desperté casi de noche, cuando ellos llegaron. Calculo que debieron pensar que yo no estaba en casa porque hablaban en un tono fuerte, como discutiendo. Papá insistía en que esa noche tenían una fiesta a la que no podían faltar y mamá le respondía que fuera solo, que ella no se sentía con ánimos de ir. Finalmente acordaron que irían los dos juntos, ella se tomaría un analgésico y se daría un baño de inmersión para que se le pasara el dolor de cabeza. Él le recomendó que se pusiera el vestido rojo ajustado porque era el que le gustaba a Benito. Ella accedió y dijo que estaría lista a las diez.
Me pregunté quién sería la persona que mi padre había nombrado. Esa noche decidí seguirlos.



Benito salió del hotel a Piazza Sant’Anastasia, caminó unas cuadras y cruzó el Río Adige por el Ponte Nuovo. Siguió por Via Seminario hasta llegar al lugar de la cita: Università degli Studi di Verona. Se presentó en la puerta de la facultad y esperó la llegada del Dr.
- ¿Dr. Basaglia, cómo le va? – saludó con seriedad.
- ¡Benito! Tanto tiempo… Déme un abrazo amigo, no sabe las ganas que tengo de verlo… lástima que tengamos poco tiempo.
Para Benito es un alivio ese poco tiempo, quiere irse pronto de la universidad. Del Dr. le interesa poco. Lo único que llama su atención, y que motivó el viaje a Verona es conocer cómo esta ella, y porque sigue viva todavía.



Sofía sabía que desde dónde estaba no podría descubrir nada. Tomando coraje, atravesó la pesada puerta de hierro del palacete y avanzó por el angosto pasillo lateral. Se aseguró de que nadie la hubiese visto, mirando hacia atrás. Había comenzado a llover, aunque muy despacio, cuando encontró en el fondo de la casa una puerta pequeña que parecía ser de un cuarto de servicio. Probó girando el picaporte y para su sorpresa estaba sin llave. Dudó por un momento si estaría haciendo lo correcto y anteponiendo la curiosidad a sus miedos, abrió la puerta y entró. El lugar estaba a oscuras y caminó lentamente, tanteando con las manos al frente y los costados, mientras escuchaba risas y voces no muy lejanas. Cuando se acostumbró a la oscuridad, Sofía descubrió que estaba en la cocina. Sobre una mesa cuadrada había varios platos con sándwiches y canapés, envueltos en film de polietileno y una decena de copas de cristal. Tratando de no hacer ruido atravesó la habitación y de pronto se encontró en un amplio y elegante pasillo con puertas a ambos lados. La iluminación era sutil, escapaba de una hilera de velas dispuestas en el piso, en unos fanales de mármol. La puerta de la habitación, desde donde provenían las voces, era doble, de madera oscura y estaba cerrada.
Sofía pasó de largo buscando un lugar donde poder mirar sin ser vista y decidió entrar en la habitación contigua que estaba en penumbras.
Una vez adentro notó que ambas habitaciones estaban unidas por una arcada de la que - al igual que las ventanas que daban al exterior - colgaban unas pesadas cortinas de terciopelo y que las paredes estaban revestidas por planchas de corcho, lo cual justificaba la ausencia de ruidos que había notado desde afuera.
Temblando, corrió apenas un poco una de las cortinas para poder observar. Entre un grupo de hombres y mujeres divisó a sus padres charlando animadamente. En un costado había una cama gigantesca de forma circular y en el otro extremo un sillón de respaldo alto arriba de una pequeña tarima.
Sofía se sentó en el piso, dispuesta a esperar. No habían pasado más que unos cuantos minutos cuando la puerta doble se abrió y entró un hombre alto, de escaso pelo entrecano y mirada imperturbable. Sonriendo, comenzó a saludar a cada uno. Un joven algo desaliñado que no concordaba con el resto, miraba desde la tarima. El hombre se acercó a él y pareció darle algunas indicaciones, señalando hacia la gente. El muchacho asentía con la cabeza mientras se movía colocando luces y un trípode con una cámara de fotos.
De golpe empezó a sonar una música de Vangelis que a Sofía la remontó a la vieja película “Carrozas de Fuego”, pero lo que comenzó no se parecía en nada a Abrahams y Liddell corriendo sobre la arena en busca de la gloria, era más bien una escena dantesca de “Caligula”, con golpes bajos.
Cada vez la espantaba más la idea de que sus padres se encontraran en el medio, ya no eran fotos lo que veía, hasta podía sentir cómo se le erizaba la piel con cada gesto de ellos. Pensó que era presa de una irrealidad y en cómo se reiría cuando despertara de este mal sueño, pero cuando vio que su padre desprendía los botones del vestido rojo, cuando escuchó los gemidos de Cecilia que se había tendido desnuda en la cama, cuando sintió casi en su propio cuerpo la sexualidad de ambos, se dio cuenta que sería imposible reprimir el vómito que le subía y salió corriendo.
Cuando llegó a la calle, había dejado de llover y las luces del boulevard Oroño se le ocurrieron inmensos falos luminosos.



Franco Basaglia, padre del Dr. había sido gran amigo de Alessandro Lamella Greca. Se conocieron en una Italia de posguerra, devastada y empobrecida. Franco salvó la vida de Rosa Maltino, entonces novia de Alessandro. La amistad quedó marcada a fuego y el paso del tiempo fue irrelevante para las dos familias. Benito fue la excepción.
Enojado con la vida y sus padres, el Cavalliere llegó a Rosario en los ’70 mientras viajaba por el país vendiendo joyas y oro. Conoció a Nino y decidieron dedicarse a la importación para toda la región. Benito no volvió a Italia, sino que comenzó a trabajar directamente. Los Lamella Greca se enteraron cuando vieron el nombre de su hijo en los pedidos.
Benito, le cuento de qué trata todo esto, dice el Dr. El nombre clínico es TAB, Trastorno Afectivo Bipolar, también se lo conoce como psicosis maníaco-depresiva. En esencia es un trastorno del estado de ánimo, que sufre cambios violentos e injustificados. El paciente no comprende los motivos, sino que se encuentra atrapado en una marea que le alegra y amarga la vida de a ratos. En este caso se suma un trastorno de personalidad agudo. Es decir, alegre es una persona y triste es otra. Ella ya no es nadie en particular. Es un caso complejo y no hay muchas expectativas de una evolución favorable. Lo mejor es un contexto de tranquilidad y evitar emociones fuertes. ¿La quiere ver? Le doy la dirección, puede pasar ahora mismo.
Benito guarda el papel, agradece y se despide. El Dr. ya no le sirve. Toma un taxi y le indica la dirección al chofer. La clínica está en Torri del Benaco, a orillas del Lago di Garda. El camino es largo y, por primera vez, Benito siente que algo le pasa por dentro. Tiene miedo, pero no se da cuenta.


Cecilia mira a su hija y sus gestos le resultan extraños. Algo ha cambiado en ella dando paso a una violencia irreconocible. Trata de recordar si fue luego de la muerte de Jorge que se había puesto así, pero se da cuenta que empezó a estar alterada desde un tiempo antes.
Seguramente no fuimos cuidadosos y por eso me reprocha lo de Richi y Arriedo, pero por qué culparme de la muerte de su padre, eso no lo entiendo. Ella ni imagina lo que sentí cuando me dí cuenta que su padre me engañaba, no puede saber que habíamos acordado tener sexo con extraños solo con el consentimiento del otro y que él no cumplió con lo pactado. Ella no puede saber de mi dolor al pensar en la posibilidad de perderlo. Es cierto que lo maldije, y a ellas también, pero su muerte me destruye, tal vez sea un castigo divino por la vida que llevábamos, desprejuiciada y siempre al borde, pero el hecho de drogarnos o de tener sexo abierto, era una cuestión privada y que no involucraba a nadie que no estuviese de acuerdo. ¡Pobre mi nena!, imagino lo que debe pensar al enterarse que su madre se acuesta con otros hombres, a tan poco de morir su padre. Mi querida, no puedo decirte, no lo vas a entender.
- Dale mamá… decí algo.
- Es difícil, pero el hecho de haberme acostado con otros nada tiene que ver con tu padre. Yo lo amaba Sofi… todavía lo amo. Y tu padre también me amaba. Es complejo de explicar a una hija pero… lo otro era solo sexo… nada más.
- ¿A sí?... y si estaban tan bien ¿Por qué él tenía relaciones con otras mujeres?
- ¿Qué?... ¿Por qué decís eso?
- Porque yo lo vi con mis propios ojos. Lo seguí… lo vi varias veces con otras. Lo seguí, pasé horas enteras frente a la clínica - dice y su rostro comienza a distorsionarse - las putas esas lo besaban… a mi papá… a papito… eran todas putas… unas mierdas de plástico…atorrantas.
Cecilia presiente algo, hasta la voz de Sofía parece la de otra persona.
- ¿Qué te hicimos Sofi? ¿Qué te hicimos? – dice abrazándola, mientras mira a su hija con dolor, sintiendo que está a punto de quebrarse.


Benito ingresa a una habitación húmeda y gris. La radio trae una canción de Modugno o Nilla Pizzi, el Cavalliere no logra distinguir y no le importa. Hace frío y ella está sentada en silencio frente a la ventana. La vista da al lago.
Il Cavalliere le toca un hombro suavemente, pero ella no reacciona. Que como estás y que te debía una visita son sus palabras, y sé que estoy en deuda por los años sin vernos, y que no dudo que me extrañaste, porque yo lo hice, pensando cada día en vos, en nosotros, la historia y el pasado. Que de verdad nunca fui el mismo, que conociste al que verdaderamente soy y nunca me animé a ser de nuevo. Ella sigue en silencio, con la vista fija, como mirando al lago.
Cada palabra de Benito hacía más profundo el silencio de la habitación. De lejos se distinguen los olivos y algunos campesinos trabajando. Recuerda su época de fanatismo por la natación, cuando entrenaba para ganar la Festa dell'apnea. Otra vida dice en voz alta, parece otra vida.
Benito no se resigna y pretende conversar, busca que alguien responda, que una voz de vida a ese cuerpo vacío de mujer. Las cartas que te escribí, donde te contaba lo bien que me iba en Rosario, que ya podía traerte conmigo y que me avises cuando querías viajar. Te juro, Clara, que ya era tarde cuando me enteré de nuestra hija, murmura.
Pasan las horas, el lago se apaga con el sol y no quedan campesinos a la vista. Los últimos veleros amarran y Benito sabe que le queda poco tiempo. Mañana vuelvo a Rosario, tengo asuntos importantes que atender. Quiero que sepas que la ví dice, y Clara se queja. Ella no lo sabe todavía, está metida en problemas y es culpa mía. Te dejo la única foto que tengo, es lo único que vería de ella decía la carta, y que me olvide de la familia para siempre. Benito deja la foto en la mesa y Clara vuelve a quejarse. La imagen, en tono sepia, muestra un bebé desnudo, rascando una marca de nacimiento por encima del ombligo. Se escuchan los pasos del enfermero que abre la puerta.
Es hora que se retire signore, su hermana necesita descansar.

Anexo capítulo Nano - Iberia

Apenas terminó de coger, Richi se dio cuenta, que todo lo que le había dicho Cecilia era una mentira. Habían tenido un sexo casi brutal, las manos de ella arañando la pared, mientras él sujetaba su cintura en un intento de inmovilizarla para poder recorrer su espalda con la lengua. Con cada lamida ella separaba más sus piernas, bajando con una de sus manos hasta agarrarle las pelotas con fuerza. Mientras ella le pedía más, él preguntaba más, provocándola a explicar, a cambio de ofrecerle su pija. ¿Querés esto?... decíme qué mierda pasa con Arriedo… ¿te gusta?... entonces aclaráme ¿por qué estás tan tranquila con la muerte de tu marido? Puta, estás recaliente... si querés que no termine, hablá. Y ella había hablado, con cada penetración una respuesta, pero él sabía que aquello que negó o afirmó, era solo por satisfacer su necesidad de hembra, que ni siquiera pensaba las palabras que emitía entremezcladas con sus quejidos. Él empujaba, con bronca, sintiéndose dueño de un poder que lograría quebrarla, pero Cecilia era experta, sabía que lo que ella ofrecía también era importante para él, un refugio húmedo donde descargarse de todas las veces que se había puesto duro con solo verla.
No hubo besos ni caricias, eran dos animales embistiéndose en busca de una primacía que les permitiera a uno saber y al otro ocultar. Con el último grito de Cecilia, quedaron los dos quietos, casi sin respiración, Richi se apartó en silencio, levantó su ropa que había quedado desparramada por el piso y fue al baño. Cuando volvió, ella seguía desnuda y se había recostado en el sofá. Como una diosa intocable, fumaba con la mirada perdida en un punto fijo. Al verlo entrar, recorrió lentamente sus pezones con los dedos, simulando estimularse para volver a comenzar.
- ¿Era esto lo que buscabas después de tantos años? - preguntó.
Richi la miró, le resultó una completa extraña a pesar de conservar sus rasgos casi intactos, algo escapaba de sus ojos que la hacía diferente y se alejaba del recuerdo angelical que él tenía de ella. A Richi le pareció ver cierta tristeza en su mirada cuando ella le sonrió. Se preguntó que habría sucedido en su vida en esos años para despojarla de ternura, para cubrir ese cuerpo de tanto cinismo y obscenidad.
- Fue un polvo excelente – mintió. Se sentía vacío y hasta un poco asqueado. Pensó en Regina, en su fragilidad y de pronto la urgencia de escapar se le hizo incontrolable.
- Tengo que irme – dijo.
Ella no contestó, y continuó recostada.
- Me voy – insistió.
- Cerrá la puerta cuando salgas – dijo sin mirarlo.
Era una tarde soleada y calurosa cuando Richi atravesó la puerta. Sin embargo un escalofrío le corrió por el cuerpo. Se sentía despreciable y por si eso fuera poco, tenía la fastidiosa impresión de que había sido usado y descartado. Cuando subía al auto pensó que solo quedaba entre ellos un vacío insondable.

Capitulo 9 (Iberia-Nano )

El hombre rudo, con los billetes en la mano, interroga a Anita.
-Vos sabés de donde son, le dice señalando el fajo. –Decime perra, quién es el falsificador.
Anita calla.
- ¿Dónde los hace y desde cuándo?
Anita muda.
Si no hablás, sos boleta. Basta!
Anita apenas sale del asombro. Pero, tras una breve vacilación, con la voz tomada por el susto y algo de coraje le dice: -Yo no sé de que hablas.
-Zorra, largá todo lo que sabés – le dice el otro delincuente, apuntándole a la cabeza-
Anita piensa en sus hijos y rápidamente contesta:
-El que puede saber es Richi, mi ex esposo, que es de la Federal, pero ya no vive con nosotros, estamos divorciados.
-Dame su dirección.
Anita hace un ademán para acomodarse la ropa y el chorro la empuja y le grita:
- Quieta ,yo anoto, largá todo!
- Viamonte 125 . Luego la vuelve a maniatar, tapándole los ojos y la boca. Aquí vas a estar bien segura, no intentes nada. Cuando vuelva vamos a hablar. Cierran la casilla y queda la mujer gorda que le dice:
-Quedate tranquila sino, estos te queman.
Pasan las horas. Anita se acomoda en la silla, se recuesta a refrescar su memoria y sobrevienen testimonios de los medios, de cuando en el verano, una vez aparecidas las tres mujeres violadas y asesinadas, también se habían encontrado, entre sus ropas, billetes y pasaportes falsos. Recuerda también, que el juez ante esta evidencia, se había declarado incompetente y el caso había pasado a la Federal. Ahí desapareció de los diarios.
Se sospechaba también que ese dinero habría sido dejado intencionalmente. Pero nunca más se habló del asunto.

Las horas pasan y Anita sufre pensando en Paula que la espera para ir a la modista y en Sebastián, su hijo. El cuarto lánguido, con olor a sulfato, y en los rincones ese olor que suele encontrarse donde vive gente nauseabunda. Paredes negras, como suelen pintar algunos cuando creen haber sido víctimas de un algún abuso. La espera, aún sin torturas significativas, resulta tan acongojante como el mismo tormento. Al amanecer, sus fuerzas eran mínimas. No había querido probar una sopa de granos que había preparado la gorda mugrienta.
Por otra parte, también esa noche, Richi se iba recuperando en el hospital, luego de haber sido sedado por algunas horas y tenía el mismo pensamiento que Anita: Sus hijos. Recordó la última llamada de Paula y decidió llamarla, pero después de tres intentos, le dejó un mensaje.
-Tendrá que descansar más, esto no es broma, por ahora se recupera pero…- oyó Richi decir al médico-
- ¿Descansar, justo ahora?
El médico le recetó tranquilizantes y le dio 24 horas para salir del hospital y regresar a su casa, no al trabajo.

………………………………………


A la mañana Arriedo, sale de su casa dispuesto a encontrar la caja con los votos, junto con otra folletería referente a las elecciones, donde figuraba como candidato a Intendente y que estaban en el Audi de García Mónaco. Todo gracias a la amistad que lo unía a un sargento de la 3ra, que había guardado, si bien no la caja completa, si algunos de los papeles que contenía.
Algunos vieron la caja - según había escuchado- pero desapareció, aunque muchos votos se desparramaron y fueron juntados por los curiosos. Era lo único que sabía.
Burgos sabe que Richi estuvo allí y es posible que hubiera encontrado algo de información.
- Debe tener los folletos de la imprenta- piensa- por eso yo quería que se fuera lejos este hijo de puta, pero ahora está todo paralizado. Arriedo, quedó intranquilo con los dichos de Burgos. Cualquiera pudo haber levantado información, y ésta resultar clave para un inspector. Y en efecto, Richi, al salir del hospital, busca en sus bolsillos la folletería recogida aquel día y sin pasar por su casa, va directamente hacia la dirección de la imprenta. Al llegar comprueba que ya no existe. Pregunta a un vecino y éste le dice que hace varios días que está cerrada y que no se ve a nadie trabajando allí.

Richi llama al Perro y le pide más datos sobre los billetes falsos encontrados en el caso de las tres víctimas.
-Desaparecieron rápidamente cuando intervino Burgos y hasta ahora hay silencio sobre eso.

Mi olfato me dice que Burgos es o era el dueño de la imprenta - piensa Richi- pero no puede seguir analizando porque al llegar a su casa se encuentra con su hijo.
-Sebastián, ¡Qué raro que hayas venido! ¿Qué anda pasando?
-Mamá está desaparecida, no la encontramos por ninguna parte – dice Sebastian casi llorando. Richi, por suerte está medicado.
-¿Desaparecida? ¿Pero qué querés decir? ¿Perdida, desaparecida, secuestrada? No se habrá ido de viaje de sus parientes de Labordeboy, sin decirle nada a nadie?
-Papá, salió con Silvia, no sé si fueron al cine o adónde, se despidieron a la salida del cine y no se supo más nada. Se la tragó la tierra.
-¿Cómo, y el auto?.
- No sé, no sé, te digo que no sé nada …
Le cuesta reponerse de la noticia, mientras bosqueja alguna estrategia para encontrarla. Más sereno Richi habla dos palabras con Silvia y luego llama a su amigo Maidana. Éste ordena urgente búsqueda del rodado. Pesquisa que trae una rápida resolución encontrándose el vehículo abandonado en inmediaciones de la seccional 19. Por esas horas, Paula se había acercado a la Delegación en busca de ayuda, aportando el sólo dato de un cambio de auto luego del secuestro de su madre en las inmediaciones de Brown y Ov. Lagos. Se instruyen allanamientos en conocidos aguantaderos de la 19, que luego se extienden a la 20, aunque sin resultados. A la mañana siguiente, Richi va personalmente a la cuadra donde había sido encontrado el Focus de los delincuentes y con la complicidad de un vecino que espiaba los movimientos, luego de una charla confidencial, logró conseguir un dato, que entre la reticencia y la desconfianza, le pareció de importancia. Un refugio de chapas pintadas de amarillo, en el interno de la Villa Bengalita, con entrada por el pasillo número 3. Este buen hombre, tío de un puntero del barrio, intuye pueda estar lo que la policía está buscando. Se despidió con un “top secret” y con el permiso de Maidana, se puso al mando del rastreo. Otra orden de allanamiento y 6 policías completaban el comando. Llegada sigilosa, entrada intempestiva y violenta a la casilla amarilla, basta para encontrar a Anita amordazada y sujeta a una silla rota. Logran rescatarla, mientras los otros maniatan a la mujer gorda. La mujer intenta justificarse diciendo que sólo recibe dinero por tener a personas por poco tiempo. Que no sabe nada, que ni siquiera conoce las caras de los secuestradores. Y seguía explicando, mientras era subida al móvil policial. Luego resignada agregó:
– Si me sacan de esta, yo los puedo ayudar- Nadie le contesta y salen rápido del lugar mientras Anita, entre lloriqueos y lamentaciones advierte que ella sí podría reconocer los rostros de los secuestradores.

Arriedo siente que se le cierran los pasos cada vez que pregunta por la caja. Y hay una sobreviviente que lo conoce. La noticia sobre Regina pasa a primer plano.
Algunas frases recurren a su mente desde la angustia:
- Tiene que desaparecer.
- Del sacrificio hay que encargarse con urgencia antes de que la infeliz abra la boca.
- El tablero tiene que limpiarse y es necesario que cada pieza asuma sus roles. Cada uno llevará a cabo el suyo sin romper las normas.
Cuando se dirige hacia la casa de Regina, se da cuenta de que necesita ayuda. Ciertos trabajos dependen de la voluntad, tantos otros de la obligación. Arriedo se siente señalado, como a quienes apuntan con el dedo insidioso de la culpa, a la vez que se persuade de que esta confusión lo enreda en un medio juego confuso y de difícil resolución. Finalmente se convence de que los alfiles son los alfiles y los peones son los peones.

Pasan varios días sin que nadie ataje la salida del Cavaliere. Era necesario aplacar las cosas, pero el Dr. Benito Lamella Greca parte.
El sol se recuesta por sobre la cúpula de la iglesia de San Augusto, para refrescar la canícula y mitigar la inquietud de los miles de paseanderos que equivocaron la época del año para pasear por el centro de Rimini. Ya había terminado el festival de la canción en el complejo montado sobre la playa, de todos modos quedaban los resabios del verano que negaba a irse. Grupos de jóvenes acarician una y otra guitarra, otros hacen resonar una verdadera. Ciudad acaramelada, tierna, sonorizada y desprevenida. Ciudad para rehacerse, recostarse y relamerse. Costumbres acogedoras, intervalos de regocijo que auspician más entretenimiento. Explosión de júbilo de remotas piezas de artillería. Julio César trata de rearmar su tropa en el centro de la Plaza Tres Mártires, jóvenes enamorados se encolumnan detrás de su figura extemporánea, advenediza. La torre del reloj, mueve las agujas para el relax de los angelitos que salen a señalar las fases lunares y a contar la gente que los ignora. Muchos repasan encuentros furtivos que evocan melodías ligeras. Un teatro de marionetas no alcanza a distraer a dos émulos de intelectuales que piensan la próxima jugada en el ajedrez gigante. Carrusel de actividades sociales y culturales en el sitio de las grandes gestas caballerescas. Tres mártires ocultan otro tipo de sacrificios. El bar atraía, para el tradicional café al paso, con tres mesas de patas de hierro forjado y con sillas símiles afuera. En una banqueta más cómoda, en la única mesa que se escondía adentro, el Dr. Lamella Greca, escrutaba y asentaba en su memoria los apuntes que recibía del exterior. No le valía servirse de la tecnología de los tiempos modernos. Tampoco escribir y borrar, registrar y archivar. Los rastros quedan cifrados y catapultados en su propia botica natural y los informes llegan por vías más ecológicas. Órdenes capitales no tardarán en llegar, aún cuando los accidentes se van sucediendo con extremada frecuencia. Hay indicios de un acercamiento entre Cecilia y el investigador, luego de la desaparición de su marido. Esto lo han advertido muchos, más allá del posible affaire; también es reconocida la extroversión de la señora y la facilidad con la que pasa de la discreción a la charlatanería.

Sofía García Mónaco es una joven inteligente, audaz y de carácter fuerte. Está grandemente afectada por lo que le sucedió a su padre. Llama a su madre y le pide que acelere la investigación, porque ve que se encuentra demorada.
-Ya nadie habla del caso si vos no lo hacés -grita a su madre-
-Yo me presento a la justicia y lo hago sola. Sofía habla con voz amenazante, pero Cecilia no le da importancia.

Dos días después, la joven se presenta con su abogado ante el Juzgado Federal de Primera Instancia, reclamando se acelere la investigación del caso.
Por primera vez en su vida, se enfrenta con la impotencia y con la injusticia. No sabe que contestar cuando le informan que allí no hay ordenada ninguna investigación con esos datos. Ni siquiera de oficio. Consternada, se dirige a la Delegación Provincial. Pero la sorpresa es mayor. Tampoco hay actuaciones sobre el caso.

-Esto es una broma- le dice al abogado-
- ¿Cómo que no hay denuncia ni investigación sobre un caso tan reciente y sonado como el de los últimos días? - No puede ser, - grita desesperada-
Su abogado la tranquiliza. Es una vergüenza pública -le dice- te acompañaré hasta encontrar a los responsables.
Un empleado le dice: -Si quiere vuelva mañana que estará el jefe, tal vez, él sepa algo.
La joven, horrorizada y pensando que le han ocultado la verdad desde hace tiempo, decide volver a interrogar a su madre.
La encuentra a punto de salir.
– No te dieron información, porque el caso está siendo investigado en forma reservada. Yo misma lo solicité. No quiero publicidad, se trata de nuestras vidas.
Pero soy su hija - dice Sofía- debí saberlo. Mi abogado cree otra cosa.
¿Abogado? – pregunta Cecilia, indignada. ¿Metiste a un abogado?
Sí, porque vos no hacés nada y eso es terrible para mí. Yo quiero al asesino de mi padre y voy a parar hasta encontrarlo.

Cecilia se despide aparentando tranquilidad, pero la situación se le ha puesto difícil. Atormentada no ve otra salida que la ayuda de Arriedo a quien no quería ver más. Lo llama. El político no atiende. La situación para él, es comprometida y ha decidido no aparecer hasta que se consume el dictado. Confía en que pronto estará más limpio el tablero.
Arriedo se calentaba fácilmente con Cecilia y le había regalado pistas comprometedoras, por eso, cuando vio la llamada en el celular, dudó en contestar, aunque igual lo hizo. Pronto se arrepintió porque se dio cuenta que ella no tendría escrúpulos en hablar, cualquiera fuera la situación.
-Es una puta imbancable y ahora tiene la excusa de la muerte de su marido. Hay que librarse de ella… ¡Qué día de mierda!

Sofía, apesadumbrada, decide visitar a los amigos de la familia, mientras su abogado le pide discreción. A algunos, los había visto por primera vez en el velorio, a los otros conocía de vista del barrio, aunque ni la saludaran. Consiguió una dirección y un par de números telefónicos, pero sólo encontró reticencia y evasivas cuando indagó por su padre, sobre todo en los amigos de Lamella Greca. Y hasta en actitudes de la familia y de su propia madre, a quién encuentraba con una sugestiva pasividad, impropia para una viuda reciente.
-¿Quiénes serán esos? Se pregunta confundida. Seguramente mi padre tendría secretos, todo cirujano plástico los debe tener, pero cuáles serían. ¿Para qué tenía amistad con esta gente que no muestra la más mínima pena por su muerte? Mi papá siempre fue un santo, trabajador, madrugador. Con nosotros se excedía en gentilezas, me llevaba la escuela, me regalaba cosas…

Mientras, en el silencioso y cálido atardecer, Maidana se pasea por Bv. Oroño, haciendo un reconocimiento del lugar donde está la clínica de García Mónaco y la mansión del Cavaliere. También relojea en las alturas, y con disimulo descubre que hay un espía. Rita, la empleada doméstica del Cavaliere, había advertido sobre movimientos extraños en el edificio amarillo de enfrente. Luego, las investigaciones habían detectado movimientos que podían involucrar a un traficante de drogas en el 10° A. Por eso Maidana, que había conseguido una orden de allanamiento, manda de civil al Cabo González, a encabezar el procedimiento y mientras él se aleja hacia la esquina el Cabo llega hasta la puerta del edificio y toca el timbre. Responde un flaco.
- Traigo el paquete - le dice- simulando ser un vendedor.
Enseguida baja el flaco, desgarbado, consumido y hace la transa. Ya se volvía, pero Maidana traba la puerta y le dice:
– Son falsos - dame dinero bueno. El muchacho pretende sacar de entre sus ropas un revólver, pero el cabo, más ràpido lo reduce, llama a los otros agentes, que irrumpen en el 10° piso, precintan el departamento y se llevan al joven detenido.


Cecilia recibe en su casa a Richi, según había quedado pactado. Sobre una acostumbrada música lenta de fondo, dos copas de anís, aromas de manzanares y una ligera charla de compromiso. Siguieron tibios escarceos de aproximación y ciertos flirteos grumosos propios de la naturaleza animal comenzaron a desviar el motivo de la charla. Fotos en blanco y negro daban luz a un pasado cercano. Una puerta cerrada, dos calas detrás. Una tertulia que busca en el recuerdo el desenfado de la adolescencia. Un biombo disimula irrefrenables deseos que invitan a la inversión. El difuso retrato de un joven en el centro del living ya está acostumbrado a consentir. Una vibración imperceptible deja caer el escote alguna vez ingenuo, para que un mitin de manos, labios, caricias y arrullos se convocaran en simultáneo sobre pechos amistosos que invitaban a una peregrinación interminable. Casi un allanamiento comando, que encuentra complacencia en la finca de Cecilia. Campo más que apto para la explotación indiscriminada. Cuando se dio vuelta para apagar el celular, Cecilia ya estaba desnuda. La exploración prosiguió con intensidad, aunque más pausadamente. El cuello, los pechos, las axilas, el ombligo y las partes, primero de acá, luego de allá. Un encantamiento que pasó sin retardos a un amor desenfrenado. Ya no se enredaban los pelos, las uñas mimaban y las partes mojaban.
-Más, más, más- se oía hasta entrecortado, mientras Richi buscaba más fuerzas en un retrato juvenil. El amor duró lo inconsciente, aunque el ballotage quedó para el terreno investigativo, luego de que aflojara un tanto la tensión. Al mismo tiempo se consumían los sahumerios de anís.
Apenas terminó de coger, Richi se dio cuenta, de que todo lo que le había dicho Cecilia era una mentira. Habían tenido un sexo casi brutal, las manos de ella arañando la pared, mientras él sujetaba su cintura en un intento de inmovilizarla para poder recorrer su espalda con la lengua. Con cada lamida ella separaba más sus piernas, bajando con una de sus manos hasta agarrarle las pelotas con fuerza. Mientras ella le pedía más, él preguntaba más, provocándola a explicar, a cambio de ofrecerle su pija. -¿Querés esto?... decíme qué mierda pasa con Arriedo… ¿te gusta?... entonces aclaráme ¿por qué estás tan tranquila con la muerte de tu marido? Puta, estás recaliente... si querés que no termine, hablá. Y ella había hablado, con cada penetración una respuesta, pero él sabía que aquello que negó o afirmó, era solo por satisfacer su necesidad de hembra, que ni siquiera pensaba las palabras que emitía entremezcladas con sus quejidos. Él empujaba, con bronca, sintiéndose dueño de un poder que lograría quebrarla. ¿Era Arriedo el marido de una paciente de tu marido? ¿Qué amistad tenía el doctor con el cavaliere? Pero Cecilia era experta, sabía que lo que ella ofrecía también era importante para él, un refugio húmedo donde descargarse de todas las veces que se había puesto duro con solo verla.
No hubo más besos ni caricias, eran dos animales embistiéndose en busca de una primacía que les permitiera a uno saber y al otro ocultar. Con el último grito de Cecilia, quedaron los dos quietos, casi sin respiración, Richi se apartó en silencio, levantó su ropa que había quedado desparramada por el piso y fue al baño. Cuando volvió, ella seguía desnuda y se había recostado en el sofá. Como una diosa intocable, fumaba con la mirada perdida en un punto fijo. Al verlo entrar, recorrió lentamente sus pezones con los dedos, simulando estimularse para volver a comenzar.
- ¿Era esto lo que buscabas después de tantos años? - preguntó.
Richi la miró, le resultó una completa extraña a pesar de conservar sus rasgos casi intactos, algo escapaba de sus ojos que la hacía diferente y se alejaba del recuerdo angelical que él tenía de ella. A Richi le pareció ver cierta tristeza en su mirada cuando ella le sonrió. Se preguntó qué habría sucedido en su vida en esos años para despojarla de ternura, para cubrir ese cuerpo de tanto cinismo y obscenidad.
- Fue un polvo excelente – mintió. Se sentía vacío y hasta un poco asqueado. Pensó en Regina, en su fragilidad y de pronto la urgencia de escapar se le hizo incontrolable.
- Tengo que irme – dijo.
Ella no contestó, y continuó recostada.
- Me voy – insistió.
- Cerrá la puerta cuando salgas – dijo sin mirarlo.
Era una tarde soleada y calurosa cuando Richi atravesó la puerta. Sin embargo un escalofrío le corrió por el cuerpo. Se sentía despreciable y por si eso fuera poco, tenía la fastidiosa impresión de que había sido usado y descartado. Cuando subía al auto pensó que solo quedaba entre ellos un vacío insondable.
Habían surgido referencias a algunas fotos, dichos sobre la desaparición del doctor, pero a pesar de la intimidad lograda, hubo un tufillo raro que le impidió conseguir información extra no pudiendo nunca recomponer su postura de perito. Richi, que había imaginado una visita profesional, no supo nunca cómo pasar del embeleso a un interrogatorio eficaz. Entonces varias preguntas le quedaron por hacer, del tipo, ¿Qué relación mantenía tu marido con sus pacientes? ¿Eras consciente de la afinidad que producía su profesión en las consultas? ¿Nunca te interesó saber cuál era la actividad de Arriedo? ¿Si sabías que tu marido te engañaba, por qué callabas? Y caminaba por la calle y seguía haciéndose preguntas: ¿Cuál era la relación de tu marido con sus hijos? ¿Qué vas a hacer con la clínica?
Por suerte, en minuto de lucidez, cuando Cecilia había subido al baño, Richi revisó el celular que ella dejó sobre la mesa y descubrió llamadas internacionales, de la comisaría tercera y de otro número que anotó rápidamente, antes de que bajara las escaleras.
-Pero vos qué te crees, te invito de la mejor onda, venís acá y me acosas con miles de preguntas como si yo fuera culpable de algo –había escuchado entre sollozos y reproches- Seguramente que hay cosas raras, pero me hacés preguntas que quieren manchar mi dignidad. Son cosas de mi vida privada. Quizás no habré sido una buena madre, pero no soy ni una ladrona, ni una asesina. –Que te quede bien en claro- Eran palabras que le retumbaban de entre medio del frenesí. También un, - quiero que te vayas, ahora me siento mal… Parecían todas palabras vagas, como estudiadas por alguien acostumbrada a inventar o mentir.
Sube al coche y cuando está por arrancar ve llegar el auto de Arriedo. Ya era tarde, pero se queda. Media hora después lo ve abandonar la casa. Luego en la tranquilidad de su departamento descubre que los números que rastreó en el celular de Cecilia, pertenecían al teléfono particular de Nino y a diversas llamadas provenientes del Uruguay.

El Cavaliere se traslada a Vicenza, para la más grande feria italiana del oro y orfebrería. Una feria abierta a las casas más grandes de Europa. Donde se encuentran más joyas que en el “Ponte Vecchio” de Florencia. Y donde son pocos elegidos que pueden pasar de la admiración a la compra. Para esta época se ven jeques y políticos de ignotos países, otros llegan de oriente medio para transformar el oro negro, empresarios del norte de europa y otros bienudos con sus damas de compañía. También hay dinero oscuro que se permite canjear por suntuosidades. El cavaliere frecuentaba anualmente Vicenza, allí se encontraba con un Ingeniero, ex socio suyo, cuando trabajaban en la industria del papel. Y otros amigos de la escuela, que se habían trasladado a allí por cuestiones familiares.
Una vez conocidas las noticias desde Rosario, decide oportuno permanecer unos días más en Italia, aprovechando las gentilezas del ingeniero amigo.

jueves, 1 de octubre de 2009

Capítulo 8 - Saty

Regina Montalván abre los ojos.
Trata de acomodar la imagen que le devuelve el cielorraso completamente blanco. Con un leve movimiento, gira su cabeza hacia la izquierda. Las paredes azulejadas le resultan ajenas. Buscando un signo de familiaridad en algún objeto, voltea hacia el otro lado. Un biombo de tela, también blanco, limita una frontera a escasos centímetros.
El goteo constante del líquido a través del tubo y el silencio profundo, provocan en ella un sopor, únicamente quebrado por la luz intensa que parece dominar todo. Pero no quiere dormirse, necesita saber dónde se encuentra.
Intenta levantar su mano derecha, algo se lo impide. Instintivamente, su mano libre sube entre las sábanas recorriendo su cuerpo. Se demora un instante sobre su pubis, el tiempo justo para descubrir que está desnuda. Desnuda y dolorida.
Lentamente, comienza a recordar.
La pesada mano estrellándose contra su cara, una y otra vez, la búsqueda desesperada de su celular, la restos de ropa desparramados por el piso y en el medio la voz de Zulema diciéndole que no debe dejarlo entrar, mezclada con sus gritos y él vociferando, como un animal desencajado.
De golpe todo fue oscuridad. Una densa oscuridad.
Y ahora, esta luz enceguecedora recortada únicamente por la silueta de la mujer que se acerca a su lado. Regina alcanza a distinguir una sonrisa en el rostro y eso le devuelve un poco de tranquilidad.
- ¿Despertó? ¿Cómo se siente?
-Tengo sed – dice y el murmullo de su voz le suena extraño.
La enfermera acerca un cubito de hielo a la boca de Regina y la humedad calma momentáneamente su necesidad.
- ¿Dónde estoy?
- En la sala de terapia intensiva del hospital de emergencias. Hace tres días que la trajeron ¿No recuerda?
- ¿Quién me trajo?... ¿Arriedo?
- No sé su nombre… pero era su vecino.

Asesinatos, política, poder, piensa Richi, pero no lo dice.
Toda una macabra estructura preparada para desaparecerme justo cuando me estoy acercando a la verdad. Porque a eso se debe mi traslado a Piedra del Águila, qué mierda, qué voy a hacer ahora allá, después podría ser, cuando hastiado de tanta mugre ciudadana, busque la ingenuidad de un sitio como ese donde terminar mis días, pero ahora… Burgos hijo de puta… uno más del eslabón, el más despreciable, fútil, ínfimo y mediocre, pero uno más. Y agobiado como estoy, debo enfrentarme igual. Con el mismo desaliento conque me enfrenté a Anita, antes de separarme. Cada intento mío de acercarme, de complacerla, de intentar bogar hacia un punto en común, su voz gritona oponiéndome reproches, escupiéndome el fracaso en mi trabajo y su aburrimiento en el sexo, mis iniciativas fallidas de mejorar y lograr que volviera a ver en mí, al hombre del que se había enamorado. Por contraste y oposición, siempre ella como una valla, impidiéndolo todo.

Es una mañana inusualmente calurosa en Buenos Aires.
En las oficinas de la Dirección General de Delegaciones de la Policía Federal, el Comisario Mayor Ramón Herrera deja la carpeta que contiene el expediente Nº 1145600 D/ Inspector Marino Ricardo s/ solicitud traslado…sobre el escritorio y le pide a su subalterno que le alcance un café bien fuerte.
Algo en todo ese asunto de Rosario le molesta sobremanera y ante la insistencia de Maidana – hombre de extrema confianza – ha decidido mantener en suspenso el traslado del inspector y destinar al propio Maidana, en Comisión, a fin de clarificar el panorama.
No le agrada la forma en que se está llevando el caso de las mujeres asesinadas, saturado de contradicciones y puntos oscuros. Menos aún le agrada el comisario Burgos y sus conexiones políticas. Y muy a su pesar, sabe lo que significa meterse con un “peso pesado”.
Por eso, cuando el secretario entra con el café, Herrera con un gesto de desagrado, mete el expediente en el primer cajón de su escritorio, mientras piensa si su decisión no habrá sido un error que le cueste caro.

Richi sale del atestado bar, apurado por fumarse un cigarrillo. Desde que pusieron la maldita ley antitabaco, no puede permitirse el placer que le otorga la complicidad de sus pequeños vicios: café y puchos. O lo uno o lo otro – piensa – pero nunca más juntos.
Cuando abre la puerta de la oficina y se encuentra con Maidana, queda detenido por el estupor. El hombre es un antiguo compañero de trabajo y uno de los pocos amigos que Richi le ha ganado a la vida. Hace varios años que no se ven, desde que a Maidana lo ascendieron y partió a Buenos Aires. Se sorprende de encontrarlo en la Delegación, pero inmediatamente se recompone y el desconcierto da paso al entusiasmo.
- ¿Qué hacés Carlos por acá? – dice mientras se demora, tendiéndole la mano.
- Me mandaron en Comisión a Rosario. Voy a llevar junto a Burgos el caso del asesino serial – explica.
- Pero… ¿Cómo no me enteré de lo tuyo?
- Fue sorpresivo, es más, acá no saben nada, solamente le notificaron a Burgos que vendría para colaborar en el caso. En la Superintendencia tienen dudas acerca del accionar de tu jefe y calculan que no está haciendo bien las cosas… quieren limpiar un poco, en fin, vos sabés…
- Hijo de las mil putas… con razón.
- ¿Por qué? ¿Qué pasa?
- Pasa, que quería rajarme el mal nacido. Nunca me soportó. Por eso buscaba sacarme del medio, exterminarme antes de… eso quiere decir que estaba acercándome cada vez más…
- Es una posibilidad… Pero no te preocupes porque, ya me hice cargo y elevé un informe pidiendo que suspendan temporalmente tu traslado… no te olvides que sos la persona que está más empapada del caso. Ahora bien… ¿Tenés idea de por qué todo es tan neblinoso?
- Algún pescado grande hay en el medio. Habían cajoneado todo y yo lo refloté, pero parece que eso molestó mucho.
- Bueno, quedáte tranquilo, porque arriba están al tanto y justamente por eso me mandaron. Te prometo que te vas a quedar acá hasta que se resuelva y desde ya, sabés que contás con todo mi apoyo.
- jajaja ¡qué palo en el culo para Burgos! La venganza es un plato que se toma frío jajaja – inmediatamente agrega - Hablando de eso… te invito esta noche a comer ¿querés?
- Dale… ¿dónde vamos?
- Por ser vos y para festejar la excelente noticia, voy a abandonar mi costumbre de las ratoneras… te espero a las nueve en el “Viejo Balcón”.
- ¡Hecho viejo!, nos vemos.

Se pensaron que se metían con un boludo, un incapaz, un carente de toda habilidad, un personaje conveniente para manipular y hacer a su antojo. De pronto, el factor sorpresa los descolocó, complicó sus planes. El boludo no era tan boludo. Y ahora, esta novedad de Maidana acá. Me siento un nuevo Richi, así como cambié mi ropa voy a mudar mi desgano.
Decide entonces, que es hora de ver cómo anda Regina.
Ansía Richi que se haya recuperado y no solo porque es un testigo importante para el caso. Desde que la vio no puede desprenderse de su cara. Hacía rato que no sentía la humedad en sus manos y ese cosquilleo estomacal, cuando veía a una mujer.
Desde la esquina de la Delegación hace señas al primer taxi que pasa. Cae en la cuenta de que más tarde tendrá que hablarle a Mangiaterra al taller, para ver qué tiene el auto. Por suerte los del auxilio habían resultado buenos tipos y no había tenido que esperar más de media hora en el parque Alem. La media hora necesaria para inferir que la muy yegua de Cecilia lo había querido usar y que estaba metida hasta los dientes en todo esto.
- Al hospital de emergencias – dice.
- ¿Necesitás ir rápido? – pregunta la voz chillona del tachero.
- No, no hay apuro.
- Lindo día ¿no? Por fin se fue el frío – agrega el hombre, al tiempo que sube el volumen de la radio.
Nada de FM ni música, un Walter Hugo exaltado comentando el último partido.
- Sí, lindo.
- Aunque hay un poco de humedad – insiste buscando conversación, mientras saca un pañuelo de papel de la guantera y se lo pasa por el rostro grasiento.
- Sí, algo.
- Los canallas están re contentos ahora que ganaron ¿vos sos centralista?
- No, pecho frío – mintió sonriendo.
- Menos mal, porque a esos infradotados no los banco. Son tan atorrantes como los colectiveros. A mí por desgracia, la virgen me proteja – y se persigna - me tocó un yerno canallón.
Pero Richi no lo oye, una nueva y extraña sensación semejante a la felicidad comienza a abrazarlo. No importa si resulta efímera o producto de su imaginación, las cosas empiezan a encaminarse en la dirección que él quiere y solamente lo inquieta, el hecho de no estar acostumbrado a sentirse de ese modo.

Al otro lado de la ciudad, en la zona norte, Arriedo aprieta la tecla del control remoto del portón automático de su casa. El auto atraviesa la grava del jardín que lo separa de la calle y se detiene en el garaje. Al oír el sonido de su celular, manotea en el bolsillo de su saco. Está tranquilo, el encuentro con Cecilia lo ha relajado.
¡Qué mina! – Piensa – ella no hace el amor, literalmente te coge. De la manera más primitiva, embistiéndote con descaro, mientras entrecierra los ojos y se ríe. Se desprende de su traje de señora y se transforma en puta, para consumirte hasta el extremo. Hay días en que pierde su mirada en la ventana o en algún objeto y sus movimientos son más lentos, una suerte de reacción en cadena. Pero el resultado es siempre el mismo. De una u otra forma, después, uno queda tirado, convertido en una suerte de desecho, viendo como ella se levanta y sin dejar de mirarte, sin hablar siquiera, sin otro ruido que el de su ropa al vestirse, te abandona.
¿Cómo logra esta mujer dejarme en este estado? piensa Arriedo, mientras abre el celular y mira la pantalla.
Lo que ve lo paraliza. “La reina despertó”.
Con una mueca de disgusto, borra el mensaje. Olvida a Cecilia por un instante.
Si la reina despertó estoy cagado. Esto no le va a gustar nada al Cavalliere. Tendremos que buscar algún perejil que cargue con el peso y se encargue de arreglarlo – se dice a sí mismo en voz alta.
Lamentablemente me equivoqué con ella. Resultó una estúpida romántica la pendeja y encima, se enamoró. Y yo que la creí turrita cuando la conocí, estoy perdiendo el radar para estas cosas. Me engañó al punto de pensar que le gustaban las fiestas como a mí. Pero no. Tierna e ingenua bajo su apariencia felina. Al revés de Ceci. La contracara. ¡La puta madre! ¡La puta que te reparió Regina!

En el chalet de Fisherton el silencio solo es interrumpido por los ladridos del perro ovejero de los García Mónaco. Cecilia sube presurosamente los dieciocho escalones que la separan de la planta alta, atraviesa el dormitorio para bajar las cortinas y prende la luz del velador. Con un inusitado temblor en sus manos abre las puertas del placard y estira su brazo hasta el estante superior, para agarrar una caja de madera que ha escondido detrás de una pila de sábanas.
Se sienta sobre la cama matrimonial y con rencor comienza a romper una a una las fotografías en pequeños pedazos. La figura de Jorge es mutilada primero por los ojos, luego por el torso, hasta terminar arrancando con furia, su zona genital. Las mujeres desnudas tampoco escapan al odio de Cecilia, si bien, antes de la mutilación se detiene unos instantes para observar cada rostro. Una risa histérica, espejo de la que la invadía después de cada rito de purificación, escapa de su boca.
Piensa en Arriedo - todavía la acompaña su perfume y el aroma de su sexo - y con desprecio, se arranca la ropa hasta quedar desnuda. Ha sido necesario y ha cumplido con sus pedidos, pero es hora de cortar con él. Piensa en Jorge, recuerda las largas noches en el palacete de calle Oroño, los cuerpos desnudos y la risa pronto se transforma en calentura. Del fondo de la misma caja, saca un Super Cong 22 x 5 y comienza a masturbarse, primero suavemente y luego con frenesí al recordar las veces que lo usó en las otras. Los rostros distorsionados por el horror se entremezclan con sus quejidos, está a punto de acabar, cuando siente la bocina del auto de sus hijos.

Nino pensó que lo mejor sería mover un poco el tablero - antes del viaje del Cavalliere - para solucionar las cosas. El imbécil de Arriedo lo había complicado todo, tan cerca de las elecciones y ahora, este clavo suelto. Quizás era momento de dejar a la reina de lado y eliminar una de las torres. Pero no haría la movida esperada, tal vez el alfil sería un punto a su favor. La jugada de apariencia intrascendente, para desestabilizar el juego.
Decidido golpea la puerta de la habitación.
- ¿Novedades Nino?
- Sí… se me ha ocurrido, quizás, la mejor manera de cerrarle la boca al inspectorcito y terminar de una vez con este lío.
- A ver… contáme.

Anita piensa que la protagonista de la película se parece un poco a ella. No físicamente, es una cuestión más de índole socio - existencial. Separada y con dos hijos adolescentes que la vuelven loca, un trabajo denigrante al que no puede renunciar y un ex que no le provoca nada.
En fin, una patética y desmoralizante realidad.
Cómo puede ser que después de tantos años a su lado, no pueda ni siquiera arrancarme algo de despecho, antipatía o tan solo lástima – se plantea – será que uno pone tanto de sí en un matrimonio, que en el ocaso, nos quedamos vacíos de sentimientos.
Cuando sale de la sala, prende el celular y ve que hay un par de llamadas de Richi. Contrariando sus deseos resuelve llamarlo, pero Richi tiene el celular apagado.
- ¿Podés creer que el boludo me llama y después no contesta?
- Seguramente está con un caso importante jajaja – dice su amiga.
- Sí, como siempre jajaja
- ¿Querés que tomemos algo?
- Me encantaría pero tengo que encontrarme con Paula en quince minutos. Tiene que probarse el vestido de 15… la primera prueba.
- ¡Uy! cierto que estás con eso de la fiesta ¡Qué rollo!
- Está tan entusiasmada… no te dás una idea. Bueno, te dejo porque si no, no llego.
- OK, te llamo.
Mientras mete el ticket en el lector, a la salida del Alto, Anita calcula que con su sueldo no alcanza a cubrir los gastos del cumpleaños. Su madre le ha prometido ayuda pero tendrá que recurrir a Richi, contrariando sus deseos.
Agarra por Brown hacia el este. El tránsito a esta hora se convierte en una pesadilla. Todos cargan con la urgencia de llegar a casa después del trabajo. Si no fuera porque se tiene que encontrar con Paula, se hubiera demorado un rato en Jimmy Wheellright a tomar un trago. Últimamente se le ha hecho casi una costumbre diaria.
El semáforo de Ovidio lagos la agarra en rojo.
Mira por la ventanilla y nota que los hombres del Focus, a la par, la miran insistentemente. “Estos buscan guerra” – piensa – “pero ahora no puedo y además estoy sola, si viniera con Silvia podría ser”.
Saca de la guantera un cd -un poco de música que la acompañe las cuadras que faltan – y lo mete en la ranura, cuando siente la violencia del golpe en el vidrio. En un gesto intuitivo, manotea su cartera pensando en un robo, pero el tironeo la toma por sorpresa. Lo último que recuerda es el ardor en sus rodillas rozando el pavimento.
Cuando el semáforo torna al verde, el Focus arranca velozmente dejando atrás al auto de Anita. Por la puerta abierta se alcanzan a ver las astillas sobre el asiento, su cartera abandonada y escapando de los parlantes la voz ronca de Calamaro: “Flaca, no me claves, tus puñales…”
Después de una hora de esperar a su madre y de los intentos vanos de hablarle y que no conteste, Paula comienza a preocuparse. Decide que no es lógico, que algo debe haber pasado. Con la angustia apoderándose de ella, marca el número de Richi.

A punto de bajarse del taxi lo distrae el sonido de su celular llamando. Es Paula.
Muy raro que me llame hoy, seguramente le hace falta plata – piensa con desazón.
Recuerda cuando sus hijos eran apenas una prolongación de él y de Anita, ingenuos y alejados de cualquier contrariedad. En ese momento, buscaban en él un refugio donde saciar su necesidad de afecto y él, anteponiendo su mísero trabajo, los condenaba a una orfandad amorosa. Y ahora, cuando hubiera dado su vida por un gesto de cariño, solo recurrían a él por plata.
Está a punto de discar el número de su hija, cuando repentinamente siente una opresión que lo ahoga, un dolor lacerante en el pecho y un sudor helado que lo invade. Varias veces lo ha sentido pero nunca le ha dado importancia. Si bien hoy es más intenso. Asustado, alarga la mano con un billete de 50 al tiempo que pregunta cuánto es. Baja con urgencia del taxi y doblado por el dolor, recorre los escasos metros que lo separan de la guardia. Atraviesa la puerta vidriada cuando comienzan a desdibujarse los límites. El médico residente apenas si tiene tiempo de agarrarlo antes de que se desvanezca.
Afuera, un crepúsculo tedioso asoma entre los edificios.

En los límites de la ciudad, los pequeños puntos de luz parecen fosforecer con mayor intensidad, iluminando el angosto e irregular pasillo y provocando reflejos fantasmagóricos en las chapas. No muy lejos, desde la circunvalación, llega el ruido de los camiones, para mezclarse con algún que otro grito perdido y la voz del locutor que sale de un televisor, anunciando las últimas noticias.
Son las diez de la noche en Rosario y cuando los hombres bajan del auto, despiertan a una decena de perros que en señal de repudio, arrancan un prolongado y polifónico ladrido. Amparados en la indiferente oscuridad, arrastran a Anita, maniatada y con los ojos vendados hacia una de las casillas. Una mujer gorda, masticando un trozo de pan, abre la precaria puerta de madera y dejándolos pasar, dirige su brazo con desgano hacia una tela colgada, que hace las veces de puerta de una pieza. Sin hablar siquiera, uno de los hombres introduce a Anita en la pieza, mientras el otro se sienta en una silla de plástico y saca del bolsillo de su campera un fajo de billetes que apoya en la mesa.
En la habitación contigua, los únicos elementos mobiliarios son un catre con un colchón mugroso y un tacho que hace las veces de mesa de noche.
Cuando el hombre saca el pañuelo de la boca de Anita, ella explota en un sollozo prolongado que se pierde en el sonido de la radio y la cumbia villera.

Recuerdo que cuando era chica, en nuestras vacaciones, mi papá nos llevaba con él a la Delegación, algunos de sus días de franco. Me costó muchos años asumir, que esas “salidas importantes” – así las llamaba- eran un intento de enmascarar su difícil y precaria situación económica, que le impedía pensar en unos días en la costa o las sierras, como hacían la mayoría de nuestros amigos. Con la promesa de que allí nos divertiríamos a lo grande, salíamos bien temprano de casa. Realmente, debo decir que cumplía con nuestras expectativas, porque tanto a mí como a mi hermano, nos encantaba perdernos entre los escritorios y las pilas de papeles. Durante horas, convertíamos nuestras diminutas humanidades, en personajes de alto rango y llevábamos a cabo tareas de espionaje, por lo que la mayoría de las veces, actuábamos encubiertos. Sebastián pasaba a ser el Comisario Inspector General y a mí –calculo que por ser menor la menor – me correspondía el cargo de Subjefe de la División Antinarcóticos. No teníamos conciencia de que actividad desarrollaba cada uno y mucho menos nos importaba, porque de ser así, yo hubiera pedido ser jefe y no subjefe, pero el cargo que mi hermano me había asignado sonaba bien y yo me sentía una heroína, cada vez que salvábamos un rehén - que no era otro que alguno de los agentes compañeros de papá - o cerrábamos un caso y capturábamos al delincuente. Hoy después de algunos años, pienso, que lo que más nos gustaba era saber que al menos durante esas escasas horas, mi padre nos pertenecía.
Paula se siente perdida.
Debería saber qué hacer en una situación así, pero el miedo la paraliza. Han pasado dos horas desde el momento en que debía encontrarse con su madre para ir a la modista a probar su vestido. Ha intentado miles de veces, pero los celulares de su padre y de su madre están apagados. Sabe que Sebastián está ensayando con su banda y no volverá hasta las diez. Silvia le ha dicho que se despidió de Anita a la salida del cine cuando iba a encontrarse con ella. Ha agotado las llamadas a todos los conocidos de su madre y ninguno sabe de su paradero.
Tal vez sea el momento de volver a la Delegación.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Capitulo VII


Hacía años que Richi no dormía bien dos noches seguidas. De hecho, ese jueves el despertador fracasó y tuvo que saltear su desayuno en “La Ronda” para no llegar tarde a la oficina.
Al entrar nadie lo aplaudió sino todo lo contrario. Algo raro había en el ambiente ya que era centro de miradas y percibía el eco de murmullos. Algunas frases sueltas logró captar: la que le espera; cuando lo vea el jefe; no puedo creer que sea él. Bien le hubiera venido un amigo que le aporte información acerca de lo que le estaba esperando cuando lo viera el jefe ya que, sin dudarlo, él era él.
-Marino, a mi despacho- dijo Tarutti.
La oficina del jefe era curiosa. Un cazador de sueños pendulaba del centro del ventilador de techo, la estampita de San Expedito mirando, de una pared a la otra, donde colgaba una réplica de “La última cena”, fotos de Tierra Santa en diversos portarretratos y una botella con agua –bendita seguramente- en la repisa; el despacho era un santuario y el jefe su dios.
-No sé que es lo que está haciendo, pero sepa que ya no lo hará más, Marino. Tenemos órdenes de relevarlo de sus tareas para que pueda preparar su traslado. Lo envían a Piedra del Águila la próxima semana. No puedo decir que es una gran perdida para nosotros Marino, pero sepa que se lo extrañará en algún lado.

Richi no recordaba la última vez que había sido extrañado. En su historia brillaban ausentes las grandes anécdotas. Era curioso ya que fue buscando aventuras que se había enrolado en la fuerza. Un gran error, lo único que había encontrado eran tareas administrativas y una adaptación forzada a un mundo burocrático que, de inmediato, había consumido su inquietud de justicia.
Tenía dieciocho años cuando se postuló para pertenecer a la Federal. Recién salido del colegio secundario y sin grandes planes para el futuro, lo había seducido la posibilidad de asegurarse un ingreso y, de paso, tener aventuras para contar. Nada de eso había ocurrido, las aventuras eran dificultades con la fotocopiadora y el ingreso cada vez rendía menos.
En esa época había conocido a Anita. Se casaron al año siguiente y Richi sintió como la policía se convertía en su cárcel.
Este caso era una revancha, una posibilidad de contar algo interesante a sus poco probables futuros nietos. Estaba dispuesto a pelear por permanecer en Rosario. Para lograrlo tenía que resolver el misterio en pocos días.

Nino estaba satisfecho. Había cumplido las órdenes del Cavalliere a la perfección. Nadie había sospechado nada, salvo ese policía medio pelo que daba vueltas por el barrio.
No corrían grandes peligros, en absoluto. Pero era mejor atar los pocos cabos sueltos. Il Cavalliere era una clase de persona con la que no se juega ni se duda. Nino lo sabía muy bien.
El fin de semana era clave, si nadie se daba cuenta ganarían las elecciones y su amigo podría recuperar lo perdido. Años habían invertido en planificar cómo lo harían y ya no quedaba margen para el error o dar marcha atrás.
Todo esto será tuyo, amigo – murmuró por lo bajo mientras contemplaba el consultorio del doctor.

-Cecilia dice siempre lo que piensa – sentenció Arriedo. - Y casi nunca piensa como yo – agregó enojado.
-¿De dónde pudo haber sacado que Ud. y García Mónaco peleaban seguido? – preguntó Richi.
- Eso lo puede responder ella, yo no tengo nada más que decirle. Lamento la muerte de su marido, tal vez más que nadie. Le pido que se retire y me deje trabajar en paz. Por si no lo sabe estamos en campaña y su presencia me perjudica.
Richi había entrado a la fuerza en la sesión del concejo, ya no tenía tiempo para formalidades. A los gritos pidió por el concejal Arriedo y le había sorprendido la eficacia del método. Arriedo apareció de inmediato y lo llevó, de la mano, a su despacho. En el hall quedaron varios periodistas que no tuvieron tiempo de registrar el evento.
Poco pudo sacar de la conversación. El concejal no era un hombre de palabras, algunos lo tildaban de “no tener nada que decir”. Richi no pudo obtener información valiosa de su relación con García Mónaco. Lo único que supo era que el doctor aportaba en la campaña.

Esa tarde volvió al departamentucho intuyendo que una mano poderosa lo quería sacar del medio. Ya había sido visto en la zona del consultorio del doctor y, en los últimos días, había visitado a Cecilia lo suficiente como para despertar sospechas. La inquietud era en quien.
Pocas cartas le quedaban en el mazo y menos días para jugarlas. Era ahora o nunca. A todo o nada.
- Me trasladan a Neuquén la semana que viene- dice Richi mientras agrega hielo a su whisky. - No dudo que acá hay una mano moviendo el tablero. Se piensan que soy un peón más. No imaginan el caballo que acaban de despertar. Estaré en jaque, pero todavía seguimos jugando.

Le quedaban pocos días en Rosario y estaba comprometido a aprovecharlos. Ya no tenía que perder tiempo en la oficina, de modo que esa mañana se vistió para la ocasión y visitó a Cecilia.
-¿Arriedo y tu marido se veían seguido?
- Ex marido.- corrigió Cecilia de inmediato.
- Bueno, tu ex. Me dijiste que discutían mucho, ¿dónde se veían? ¿en casa o en el consultorio? ¿había más gente en las reuniones? ¿Cuánto aportaba Jorge para la campaña? Ya sé, muchas preguntas, te pido disculpas, no me quiero olvidar de nada y traje todo anotado.
- Mi marido…
-Ex marido.
- Jorge nunca se había metido en política. En los últimos meses se contactó con Arriedo. Estudiaron juntos en la facultad. Al principio lo hizo para conocer mejor una reglamentación que iba a sacar el concejo acerca de las clínicas de Oroño. Al final no pasó nada, pero siguieron en contacto. Se reunían dos veces por semana en casa. En los últimos encuentros discutían cada vez más, nunca supe el motivo. Jorge no me contaba y con Arriedo nunca crucé más de dos palabras.
-Si te acordás de algo avisame. No me quedan muchos días en Rosario, me trasladan. No quiero irme sin resolver el caso.

En el auto Richi se acordó de Anita, su ex. Decidió que lo mejor era llamarla para contarle de su próxima mudanza. Habían pasado muchos meses sin conversar y la idea le revolvió el estomago. Prendió un cigarrillo para calmarse y abrió el celular.
Dos veces atendió el contestador y Richi respiró aliviado. –Ahora que me llame ella – dijo en voz alta. Encendió el motor y mientras maniobraba vio a Cecilia saliendo a la calle.
Estaba con otra ropa, mucho más elegante y se había maquillado. Diez años menos parecía tener. Era otra persona. Paró un taxi y se subió.
“PUTA” indicó el celular. Era Anita llamando. Es la primera vez que me das bola tan rápido, pensó Richi y no atendió. Estaba concentrado en no perder de vista al taxi que iba rumbo a la Florida.

En el camino recordó la placa roja que había visto en TV: “Ahora dicen que el médico muerto en la ruta era flor de sádico”. Tal vez todo se reducía a eso. No había secretos o, a lo sumo, hubo uno y ya era público.
¿Era todo una fábula? Podía serlo, sin dudas. Tendría que conversarlo con Zulma, la psicóloga de la víctima que pudo salvarse.
Si todo era un invento, su invento, no podría irse de Rosario. Necesitaba ayuda profesional. Se tomaría una licencia larga, tal vez definitiva, y vería pasar los días desde su segundo piso de escalera. La perspectiva era interesante. Al menos más que la idea de retomar la rutina previa al caso.
Mientras manejaba se convencía que todo era producto de su imaginación. Un invento para dar sentido a su vida que fluía de una depresión a otra, sin sobresaltos o emociones.
Richi se había olvidado de Richi y parecía un individuo sin tiempo. Aquel de los dieciocho años no había tenido futuro. Éste no tenía presente y quería olvidar el pasado.
Pero todo era distinto ahora. Había avanzado en el caso solo. A contramano de la investigación oficial que había sido nula. Richi ya no era el mismo de antes, ya no habría vuelta posible.
Era Neuquén o la gloria. Pero jamás volver con el devoto de su jefe.

Llegando a Parque Alem se le quedó el auto y tuvo que correr. Tuvo suerte ya que vio, a lo lejos, como el taxi frenaba. Casi sin aliento Richi se apoyó en un árbol a espiar.
-Son todas iguales. Pedazo de puta – murmuró mientras Cecilia saludaba con un beso al concejal Arriedo.

martes, 22 de septiembre de 2009

Capitulo 6 - Iberia




García Mónaco muerto.
García Mónaco, con un político, pensaba Richi.
Y además, amante de sus más bellas pacientes, porque eso era lo que minutos antes de abrirse paso sobre los cristales rotos del parabrisa del Audi, él había comprobado.
¿Qué mezcla es esta? Pensó en voz alta.
La melodía de los Beatles, que aún sonaba en sus oídos, le ayudó a pensar sin sobresaltos.
Pasó la morguera y se detuvo a la par del Audi. Richi detuvo también su coche, se bajó y volvió hacia el escenario sangriento a pie, no quería perderse nada. Pero la policía y el Juez de Instrucción, no dejaron acercarse a nadie, fotografiaron todo, marcaron las huellas del lugar y se llevaron el cadáver a la morgue. Richi solo alcanzó a juntar algunas boletas más de Arriedo, y recordó la mirada cómplice de el Perro.
Volvió a su auto y regresó a su casa, no sin antes darse cuenta, que faltaba en el Audi la caja que contenía las boletas.
En el camino pasó por La Ronda, pero no se detuvo- “Creo que no tengo hambre, los muertos me producen eso”- se dijo. Esta noche solo quiero dormir, descansar mi mente para no darme por vencido.
Mientras manejaba recordó al Trava. Puta, sería mejor divertirme con éste, un rato, para aclarar mis ideas.
Pero no buscó a nadie. Hoy quería estar solo. Debía recomponer su estrategia, su búsqueda, en fin, ordenar el tablero. Las luces de los coches por Pellegrini, encandilaban sus ojos cansados, dobló rápido hacia Viamonte por Entre Ríos.
Cuando abrió la puerta de su departamento, recordó sus años juveniles. Siempre había querido ser independiente y ahora lo estaba logrando, el hecho de no compartir la búsqueda y aclaración de los tres crímenes –ahora cuatro -, con sus colegas, le daba márgen para obrar a su gusto y poner su olfato donde creía que estaba la presa. Pero esa noche era todo distinto, no solo la aclaración de los crímenes lo perturbaba. Su mente y su corazón le gritaban: ¡Cecilia ya está libre!. Yo fui su amigo, en la juventud y ella fue el amor no olvidado, ni tampoco aplacado. El amor de Beatriz en las entrañas del Dante –de las investigaciones



El encono, tanto tiempo guardado, hacia García Mónaco- que se la ganó- lo llevó a una pista que ahora descubría como cierta, aunque lo había llenado de confusión al principio, por su repentino deceso. Empezaban a aclararse sus ideas, la noche silenciosa, lo llenaba de calma. Buscó un cigarrillo y mientras lo fumaba se dijo: “fui su amigo y ahora, como tal, estaré junto a ella en su duelo.
Con el ánimo recobrado, olvidó el cadáver y pidió una pizza por teléfono, cenaría, y también, pese a todo dormiría en paz y con esperanzas en el corazón.

A las 5 de la mañana, sonó el teléfono. Era el Perro.
-Richi, despertá, el cadáver está siendo entregado a los familiares, terminó la autopsia, lo velarán en Salta al 2900, tercer piso, desde las 9 hs.
Luego te doy el informe legal.-
-Buen dato, amigo. Ordenaré mis actividades de hoy, luego te llamo-
Se desperezó lo mas que pudo. Tomo una ducha y luego se hizo un café. Envuelto en una bata fue a su mesa de trabajo, lleno de entusiasmo e inicio el día.
Comenzó por unir todo : datos, fotos, hechos, conversaciones, todo, todo.
¡Qué día ayer! Dijo. Pero hoy estoy nuevo, renovado, con más fuerzas para buscar y hallar la clave de esta historia. A ver, recordó: ayer media hora antes de encontrarse con García Mónaco muerto, había logrado entrar en su consultorio, sin ser visto, gracias a los datos de su observación y a las conversaciones con la doméstica.
Supo así que la ventana mayor del frente de la antigua y renovada casa quedaba con los vidrios abiertos y la persiana a medio cerrar, hasta las 9 de la noche, hora en que ella la cerraba considerando suficiente la ventilación y se retiraba.
Richi vió salir a García Mónaco a las 18,30 horas. Curiosamente no volvió a entrar y tampoco iba acompañado. Vió como desde adentro ventilaban el consultorio dejando las ventanas a medio cerrar.
Tomo impulso, audazmente abrió las persianas procurando no hacer ruído y entró a la Clínica.
Una vez adentro encendió una lámpara que estaba sobre el escritorio del médico y cerró con llave la puerta que daba al interior.
Sigilosamente pero con rapidez, observo todo, cada cosa le daba datos sobre la personalidad del médico, pero nada era relevante. Hasta que notó que un cajoncito, el último del escritorio, muy cerca del suelo, estaba cerrado con llave. Utilizó su habilidad y lo forzó. Sorprendido encontró gran cantidad de fotos pornográficas.
Distintas mujeres habían sido fotografiadas en pleno acto sexual, unas en la camilla del consultorio y otras en el sofá y lo mas curioso, la pareja de todas era la misma, el Dr. García Mónaco.
También en la PC encontró material porno del mismo tipo.
Lo fotografió todo y lo ensobró. Acomodó la PC y cerró el cajoncito como mejor pudo. Su corazón latía fuertemente, pero a su vez, su mente rebozaba de entusiasmo. Saltó al jardincito y salió a la calle.
Mientras manejaba pensaba que había cometido un delito. Pronto borró de su mente tal pensamiento. El material encontrado le abría un panorama inesperado y hasta insólito en la investigación, y era lo único importante.
A las pocas cuadras se encontró con García Mónaco muerto dentro de su Audi.



Se paseó nervioso en la habitación, sentía que había adivinado algo, pero no sabía que: Las mujeres…
Sus fotos pornos…
El Dr. García Mónaco con ellas…
Su muerte…
Él, toda una semana vigilando…
Arriedo…


No terminaba de unir las cosas, sacó las fotos de las mujeres asesinadas en el verano que le había facilitado el Perro, y las comparó con las obtenidas el día anterior en la Clínica. Así comprobó que dos de las victimas habían tenido relaciones sexuales con García Mónaco. La tercera estaba tan desfigurada, que no se pudo comparar. Además todas habían recibido fuertes golpes en el cráneo.
Luego de cavilar unos minutos, sus ojos vieron el tablero de ajedrez, por el vidrio de su antigua biblioteca.
Con este tablero haré el diagrama que tengo en mente.
Comenzó a ubicar las piezas:
El Rey…García Mónaco (agregó a la derecha)
La Reina…aaaahhhh eran varias

Ya sé, esto es lo que ocurrió: al Rey lo cuida bien la reina.
Este Rey tenía muchas Reinas, pero fueron desapareciendo una a una, por lo tanto, era hora de actuar. Había que comerlo, darle “Jaque Mate” y por eso está muerto. Pero el Jaque Mate fue tramposo, debieron sacrificar a García Mónaco, para despistar al intruso que lo vigilaba día a día.
¿Quién me descubrió? Gritó, lleno de terror. Al instante él sólo se contestó: ya sé “La torre”.
¡Cómo no me cuidé de las terrazas y de los departamentos altos! ¡Qué gran error!.
Golpeó su mesa con los puños. Se sentó. Luego fue a la cocina y se hizo otro café.
Algo más sereno se dijo: no importa, seguiré vigilando pero cambiaré mi aspecto. Tampoco llevaré mi auto, conseguiré uno prestado.
Ya amanecía y dentro de media hora debía presentarse a trabajar. Decidío pedir el día por causas particulares. Podía hacerlo. Nunca lo había pedido, para no tener máculas en su carpeta personal, pero para la ocasión era necesario. Consiguió su propósito hablando por teléfono con el Jefe de Personal, quién no le puso peros.


Se vistió, necesitaba tomar aire y salió a caminar. A la media hora estaba de vuelta. Abrió su placard y sacó su único traje, lo cepilló bien y lo apartó, buscó una camisa que hiciera juego con él, y también una corbata. Lustró sus zapatos, buscó buenas medias y con todo listo se dijo: -antes pasaré por la peluquería, mi look será otro desde hoy, y luego iré al velatorio, así sabré quienes eran los amigos de García Mónaco.
Se puso contento con la idea porque detrás de ella estaba Cecilia. Vuelvo a estar en las pistas –se dijo convencido.

A las 11 de la mañana Richi era otro entrando al velatorio. Bien vestido, con el cabello corto, las manos arregladas, subió al ascensor. Al llegar al tercer piso leyó del lado izquierdo: “Dr. Jorge García Mónaco”.
Entró a la sala despacio. Buscó entre la gente a Cecilia. La vió, ¡tan distinta! –Bueno no es el mejor momento- pensó, pero casi no la recuerdo. ¡Hacía tanto que no la veía!. Se acercó, cuando estuvo a su lado, tímidamente, la llamó por su nombre. Cecilia levantó su cabeza y fijó en él sus ojos rojos por el llanto. Después de unos instantes, lo reconoció.
-Gracias – le dijo. Sollozando agregó: “dentro de lo que me está ocurriendo, que te hayas acordado de nosotros, me da satisfacción, gracias de nuevo.
-Richi, no podía reaccionar.
Se alejó y fue hacia la cocina. Le sirvieron un café. Lo estaba tomando cuando Cecilia le tocó el brazo y le dijo: “quiero que te quedes o te acerques a casa esta tarde luego del entierro. Hay algo que quiero que sepas. Además, tenemos mucho que conversar.
-Bueno-, dijo Richi- como no, después voy.
Se quedó junto a la puerta y recorrió con su mirada todos los rostros. Algunos eran conocidos, otros no. Miró las coronas y anotó los nombres de los que las enviaban.
Entre ellas, en la más destacada por su tamaño y belleza se leía: “Benito Lamella Greca y amigos”.
¿Quienes son? Se preguntó Richi.
Salió a fumar. Sus ideas iban y venían… A Rey muerto, Rey puesto. ¿Quién será el sucesor?.
Armaré un nuevo tablero, encontraré a todos los jugadores -pensaba para darse ánimo-.
García Mónaco, también puede ser el asesino de las Reinas. Pero con la cuarta falló. Pudo ser eso la causa de su muerte. Pensaba Richi y seguía…
García Mónaco ¿Qué hacía con la propaganda política? ¿Porqué la llevaba y a quién?.
¿Arriedo y García Mónaco, qué pacto tenían?
Arriedo concejal quiere la Intendencia. Busca los medios económicos para conseguirla, ¿porqué con García Mónaco? ¿qué favores tenía que pagar Mónaco?. ¿serían de él o de otro realmente Jefe en todo esto?.
Buscaré a Arriedo.
Su mente no paraba. Recordó el día que siguiendo al Audi, la gran cantidad de vehículos que pasaban a esa hora lo pusieron tenso. Cada semáforo lo desconectaba por momentos, pero hábil en estos casos, pronto volvía a colocarse cerca del Audi. De pronto el Doc. dobló a la derecha y entró en una calle poco iluminada, enseguida paró junto al cordón de la tercera casa de la esquina, dejándole poco márgen para estacionar. Bajó la mujer y también Mónaco. Ambos entraron en la casa.
Bueno- había dicho Richi- ahora a esperar. No fue larga la espera, enseguida salieron los dos acompañados por otra pareja. No pudo ver claramente como eran, sólo notó que la mujer era jóven, elegante, y también parlanchina. A pesar de que la mujer hablaba en voz alta, no logró entender lo que decía.
El Audi arrancó y Richi hizo lo mismo después de darles algo de ventaja. Viajaron a velocidad media durante quince minutos, siempre por Córdoba al oeste y ya parecían detenerse cuando estalló un neumático del auto de Richi. Por suerte, sólo fue un susto pero los perdió y abandonó el seguimiento.
Tal vez esa noche –se dijo Richi – hubiera sabido dónde se reunían. Pero ya no sirve, quizá esas mujeres fueron asesinadas. Hay algo que sí me sirve, “la casa de una de las parejas”. Investigaré. Recuerdo que anote la dirección.

….


Las horas pasaban y no lograba deducir nada.

Camino al cementerio, se acoplaron tres autos negros con vidrios polarizados. Al llegar, cuando bajen, trataré de fotografiarlos –dijo Richi que estaba atento a todo lo que pasaba- y eso hizo. Los ocupantes de los autos vestían de negro y llevaban anteojos oscuros. Eran hombres de distintas edades.
Uno de ellos, que parecía el mayor, dijo algunas palabras de despedida.
Cecilia no lo conocía. Asombrada, sólo dio la mano a cada uno y no preguntó nada.


Richi se acordó que no había leído el informe judicial. Llamó al Perro. Este le reprochó: “te busqué todo el día, ¿dónde estabas?
No puedo decírtelo por ahora. Café de por medio puede ser. ¿me dás el informe?
Sí –dijo el Perro- “el Instituto Médico Legal, declaró que no se encontraron en las vísceras vestigios de sustancias químicas, ni de alcochol. Tampoco en el líquido estomacal. La muerte fue calificada como violenta, ocasionada por un objeto contundente, que golpeó su cabeza desde arriba, rompiendo el parabrisas y destrozando su cráneo, lo que provocó el desplazamiento de su quijada”.
¡Cómo le dieron eh! –dijo Richi- Gracias viejo, apenas llego a casa te llamo.

Se acercó a Cecilia y esta le dijo: estoy muy cansada pero igual te espero en casa, debes conocer algo.
Richi se acomodó en un auto para regresar, en ese momento advirtió que Arriedo no había venido. No lo ví en todo el día ni vi coronas de su parte. ¡Que extraño!.


Cecilia, a pesar de estar en el living de su casa, hablaba en voz baja. “no sabemos quién lo hizo Richi, pero yo venía escuchando conversaciones privadas de mi marido con un tal Arriedo, Concejal en Rosario. Ambos discutían mucho. Se que Jorge no quería aceptar lo que le proponía. Nunca lo conversamos, siempre lo pospusimos porque él estaba muy ocupado y me decía que no era importante. Pero yo intuía que era algo sucio. Y ahora creo que por ese lado hay que investigar. La policía dijo que lo haría. Yo estoy asustada y créeme, también con miedo no esperé un final así. Se que te gusta la investigación y quiero que la hagas, puedo proporcionarte los datos que vengan a mi memoria”.
Richi aceptó gustoso y ambos se despidieron. Cecilia le dijo: desde hoy podés llamarme para la información que necesités, no importa la hora y el día. Se dieron un abrazo.



El silencio en la mansión del Cavalliere, se había instalado. Por respeto a lo sucedido mi vecino. Comprendes Nino? Jugaremos silenciosamente hasta el jueves. Yo parto. Necesito otro aire. Viajare unos días por el Adriático. De regreso, seguimos.

Caballo F3

El sacrificio se ha cumplido, nuestra estructura está asegurada. El destino lo requería. Arriedo debe continuar, pero deberá limpiarse. ¿Lo comprende usted?.
La piedra no cayó al río, puede agitarse la policía y habrá que jugar nuevamente. Recuerde que es secreto. Nuestro rol es lo primero.



Torre G8

El pacto tácito es respetado, somos uno solo. Como sabemos las piezas caen. Ahora, recurro a la Ida. Basta de llantos.





Richi llegó a su departamento muy cansado. Pero era otro, tanto física como emocionalmente.

Esa mañana la prensa comenzaba a relacionar las muertes, de las tres mujeres y del médico que las tuvo de pacientes.
Que apresurados –pensó Richi al leerlo- entró a su oficina y dos segundos después, los aplausos lo aturdieron.
¡Que pinta! Sos otro, pareces un pibe. Acá hay gato encerrado. Empezá a hablar.
Era lo único que escuchaba y las risas con algún “te felicito” que no distinguía a esa altura, si era broma o verdad.
Esa tarde armó su diagrama de nuevo.

No hay Rey, no hay Reina, (ojo una está herida no muerta). Las torres me espían. Los peones son los de los autos negros y también algunos caballos y alfiles.
El disertante. Es el número uno. El pez gordo. Este puede ser el verdadero Rey.
Yo le daré el Jaque Mate.


Miro las fotos. Pero no se distinguían realmente los rostros, eran casi todos iguales.
Tendré que averiguar de todos y cada uno, ¿cómo? Cecilia no los conocía (¿realmente no los conocía?).
Ahí puede estar el secreto.
Las coincidencias ya no eran solamente su clave de investigación. Los hechos ocurridos las habían deslucido si bien no estaban desechadas.
Como no tenía todo, decidió pasar por el Consejo Deliberante. Allí supo que la Comisión que integraba Arriedo ese día no sesionaba. Rápidamente tomó un taxi y se llegó hasta el domicilio particular del Concejal. Quizo ser recibido pero nadie respondió. Llamó por teléfono. Nada.
Esto se pone interesante me daré una vuelta por el Partido Demócrata Liberal Rosarino al atardecer. Cerca de las 19.30 comenzó a llegar gente, Richi entró como un acólito más. Escuchó conversaciones. Dialogó con diversas personas, pero nadie tocaba el tema de las boletas dispersas por el suelo y caídas del Audi de García Mónaco. Un silencio, que le pareció cómplice, reinaba sobre el tema.
A las 20 Arriedo llamó diciendo que no asistiría, porque aún estaba en Santa Fe.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Capitulo 5 - Gonza!



- Estimado, no lo he citado con la idea de que le tiente en primera instancia la propuesta que le hago, y sabe, hasta el momento todo funcionaba bien, cada cual con su tema, me sigue: son las obligaciones un pecado antiguo al que se dejo caer el hombre hace ya algún tiempo. Será una jornada que mucho habremos de lamentar en lo que nos queda de existencia mi buen amigo, cada cual con su rumbo, cada laúd y su tema y ese grano de arena se apila a ese otro y somos de golpe una eterna columna de hormigas hacia y desde el hormiguero. Es de eso que le hablo, de los roles.
He perdido la cuenta de los días que pasaron, si bien lo leído en el diario de hoy me ha perturbado, ha conseguido traer a mí alguna que otra norma que prometimos nunca romper, no consigo discernir con certeza cuanto tiempo paso desde su ultima visita.

CABALLO F3


Pero no hay caso en este tipo de bobadas, lo importante es seguir con este pacto tácito que nos ha regalado aquel primer encuentro, y sería lógico, no olvidara mi buen amigo, ese rol que hemos adoptado, somos uno en esta partida, y le ruego, como ahora decimos, no se olvide las piezas caen, y resulta inaudito un jugador no adopte la postura leal de seguir las reglas. Y así como la noche del 29 decretó la caída de una de las nuestras, (quizás la más importante), es un juego, el mundo, el manejo de la información se parece a las cartas, al ajedrez, se hacen sacrificios ¿sabe? Es una pena la muerte, se le erizan los pelos a uno con tan sólo arrimar ese racimo de letras, ¡Tantas veces inevitable! ¡Dónde recurrir sino al llanto y la ida, la ida!

TORRE G8

El concejal Arriedo lo entendió en la primera visita, tuvo él otras cosas para ofrecer, pero de todos conservamos los secretos, esto se urde desde el centro, comprende? Los primeros acuerdos con inspectores fueron sencillos, cada laud y su melodía amigo. La llegada de las hermanas Puccio aseguró otro tipo de información, nos llenó de contactos que de a poco utilizaremos, mas no me detengo, lo ve? Esto ya lo sabe y muy bien conoce usted a las hermanas Puccio. Nuestras pautas son simples, y si… adelante.

- Solo para recordarle que no me he olvidado de lo que me toca, cada firma, cada trazo es para y por lo que me toca, le juro, fue un error y no debería de volver… es que todo sucedió demasiado rápido, se lo advertí, se tiene que recorrer todo el camino, se lo dije, no hay medias tintas en lo que nos reúne, lo de la muchacha será subsanado, puede contar con mi palabra.



ALFIL C3

Escúcheme, soy sobre todas las cosas alguien sensato, no se asuste, míreme, claro que lo sé uno de los nuestros, una pieza en este divertimento en el que también yo cumplo un rol.

Ciertos beneficios se desprenden de nuestra forma tan propia de agruparnos, olvide lo casual en nuestra disposición, nuestra clase, le advierto, olvide el automóvil como solo un medio de transporte, el casamiento de una hija como una muestra de amor en el siglo nuevo, haga a un lado su asombro, no mastique como cerdo la noticia impresa, muchos habrán de caer para mantener la estructura que aglutina esta sub-capital que cada dia formamos. Las reuniones están suspendidas, sin embargo aun buscamos la belleza en los rostros, la curva que justifica la tela en un vestido, con que fin el mundo sin la calma bajo los ojos?

Y estaba en los sacrificios, recuerda­? Antes que nada me valía de los sacrificios para explicar lo que viene. Un juego, cada giro del porvenir, cada elección, el todo en el destino. En el ajedrez sabe, existen diversos tipos de sacrificio, algunos sirven para clarificar el panorama, es un modo de limpiar el tablero, gusta de este juego? Debería de probarlo, es un buen ejercicio. Otros son meras formas de mantener la distancia, peón por peón, alfil por caballo, no son los que me interesan, mucho más pertinente resulta el sacrificio como forma de desviación, se deja caer una pieza con el fin único de llamar la atención hacia el lugar equivocado, una suerte de bengala, un arrojar de piedras que resuena en el vacío. El día de ayer conversaba con Arriedo acerca de la pereza mental que nos trae el siglo XXI, también de los asuntos pendientes, del recomienzo de las reuniones, de las hermanas Puccio, (coincidimos en su rol fundamental en este juego), posición que también ostenta usted.

TORRE B1

En fin, algo de eso, aún así no me malentienda, sabemos la dama es una pieza difícil de atrapar, escurridiza cual espuma en los arroyos, no fue su culpa llegar tarde al sanatorio, ya el daño estaba hecho desde el momento en que arribó la ambulancia al lugar, nunca logré comprender que nos mueve a ser tan torpes… después de todo quién no quiere llevarse consigo a la Reina.

Es todo por el momento, sabrá reconocer las instrucciones, entenderá que los retrasos no son concebibles, cada laud y su melodía, no lo olvide, imagino no le será complicado conservar este recuerdo, ya sabe, a la época en que estudiaba me remonto, clan de gran memoria el de los suyos no es cierto?

Puede partir ahora, lleve consigo mis mejores augurios y esa idea de fondo que nos rige, la concepción del juego, del sacrificio, de la suma y de las partes. Hasta pronto, nunca en vano las charlas constructivas.


Richi desabotonó los tres botones superiores de su campera, el viento soplaba lento desde el Este y recordó cuanto tiempo había pasado desde que se sintiese renovado por el silencio y el frío del atardecer. Cerró la puerta del auto y cruzó la avenida sin mirar a los lados, la calle tenía un aroma a azufre que no conciliaba con su dolor de cabeza, con un ligero mareo y la forma en que vibraban los toldos a un costado del la sastrería.
La colilla se humedeció lentamente, suspendida en el labio inferior de Marino, vibró al acercarse la llama. El crepitar del fuego se abrió paso, avanzando en dirección idéntica a la gente ya seca del interés inicial por la escena, quizás precavida, repicando en los oídos noticieros y gripes y pestes, la ciudad se adormecía junto con el sol y su retirada tibia.

Richi uso su brazo derecho para esquivar la cinta que rodeaba el automóvil, escupió a un lado del cordón y se acercó lentamente, sintiendo bajo sus pies el crujir de los cristales rotos del parabrisas. El cuerpo yacía inclinado sobre el volante, ambos ojos se adivinaban entreabiertos, la quijada apenas desplazada capturó su atención por algunos segundos. Una bocina de ómnibus se dejó oír desde calle Salta, se perdió a lo lejos y el Perro giró la vista mientras un peatón retrucaba una puteada a la mole que huía rauda, guardando las manos en sus bolsillos se acercó a la columna de alumbrado, imaginó el sonido de su caída vertical, la sensación del detenerse, el desgano del hombre al apagarse:

- De seguro que no lo hubiera previsto – largó Richi, y dejó salir lentamente el humo luego de saborearlo en su boca.
- Sucedió esta tarde, se discute la hora exacta, pero los peritos suponen se encontraría alcoholizado. No hay marcas de neumáticos en la escena, el vehículo se precipitó en línea recta, los frenos se encuentran intactos, es curioso, ciertamente lo es, aún interrogamos a los testigos.

Marino alzó la hoja de papel que bailaba junto a otras idénticas bajo sus pies, la supo conocida, algo de emoción llenó sus pulmones, leyó Arriedo, recordó lentamente el resto de la lista, se detuvo en la palabra intendente, en la caja cargada de boletas en el asiento trasero del automóvil. El Perro suspiró sonoramente y ambos volvieron la mirada hacia los restos de sangre esparcidos sobre el capot.

- No logro entender que haría eso allí, pero será una cosa más entre tantas cosas que me confunden Richi… Me voy, ya mañana será otro día, no?
- Bastará con suponerlo amigo…

Las primeras estrellas se abrieron paso entre las nubes, dejando en claro que la noche golpearía duro en cada rostro de cada linyera de Rosario, se oyó otro bocinazo, una radio con baja señal escapando de un taxi, “Asked a girl what she wanted to be…” Richi pensó en la necesidad de las metas, recordó aquella canción que sonaba en la lejanía y vislumbró algo de luz en el camino que de pronto se abría paso entre sus tripas, sintió pena por la máquina perdida y reubicó los botones en su posición original. “Puta, que llegaríamos a este punto…”
García Monaco sonreía de costado, la pieza coronada descansaba sujeta entre sus dedos helados. Sus pelos enredados en coágulos advertían también la llegada de la noche, parecían bailar junto con las notas de la melodía radial. Richi sopló entre sus manos, entibió sus palmas antes de animar señas a la camioneta de la morgue que se acercaba lentamente hacia el Audi negro.

- “Baby you can drive my car” - cantó en voz muy baja, - “Baby I love you...”