miércoles, 30 de septiembre de 2009

Capitulo VII


Hacía años que Richi no dormía bien dos noches seguidas. De hecho, ese jueves el despertador fracasó y tuvo que saltear su desayuno en “La Ronda” para no llegar tarde a la oficina.
Al entrar nadie lo aplaudió sino todo lo contrario. Algo raro había en el ambiente ya que era centro de miradas y percibía el eco de murmullos. Algunas frases sueltas logró captar: la que le espera; cuando lo vea el jefe; no puedo creer que sea él. Bien le hubiera venido un amigo que le aporte información acerca de lo que le estaba esperando cuando lo viera el jefe ya que, sin dudarlo, él era él.
-Marino, a mi despacho- dijo Tarutti.
La oficina del jefe era curiosa. Un cazador de sueños pendulaba del centro del ventilador de techo, la estampita de San Expedito mirando, de una pared a la otra, donde colgaba una réplica de “La última cena”, fotos de Tierra Santa en diversos portarretratos y una botella con agua –bendita seguramente- en la repisa; el despacho era un santuario y el jefe su dios.
-No sé que es lo que está haciendo, pero sepa que ya no lo hará más, Marino. Tenemos órdenes de relevarlo de sus tareas para que pueda preparar su traslado. Lo envían a Piedra del Águila la próxima semana. No puedo decir que es una gran perdida para nosotros Marino, pero sepa que se lo extrañará en algún lado.

Richi no recordaba la última vez que había sido extrañado. En su historia brillaban ausentes las grandes anécdotas. Era curioso ya que fue buscando aventuras que se había enrolado en la fuerza. Un gran error, lo único que había encontrado eran tareas administrativas y una adaptación forzada a un mundo burocrático que, de inmediato, había consumido su inquietud de justicia.
Tenía dieciocho años cuando se postuló para pertenecer a la Federal. Recién salido del colegio secundario y sin grandes planes para el futuro, lo había seducido la posibilidad de asegurarse un ingreso y, de paso, tener aventuras para contar. Nada de eso había ocurrido, las aventuras eran dificultades con la fotocopiadora y el ingreso cada vez rendía menos.
En esa época había conocido a Anita. Se casaron al año siguiente y Richi sintió como la policía se convertía en su cárcel.
Este caso era una revancha, una posibilidad de contar algo interesante a sus poco probables futuros nietos. Estaba dispuesto a pelear por permanecer en Rosario. Para lograrlo tenía que resolver el misterio en pocos días.

Nino estaba satisfecho. Había cumplido las órdenes del Cavalliere a la perfección. Nadie había sospechado nada, salvo ese policía medio pelo que daba vueltas por el barrio.
No corrían grandes peligros, en absoluto. Pero era mejor atar los pocos cabos sueltos. Il Cavalliere era una clase de persona con la que no se juega ni se duda. Nino lo sabía muy bien.
El fin de semana era clave, si nadie se daba cuenta ganarían las elecciones y su amigo podría recuperar lo perdido. Años habían invertido en planificar cómo lo harían y ya no quedaba margen para el error o dar marcha atrás.
Todo esto será tuyo, amigo – murmuró por lo bajo mientras contemplaba el consultorio del doctor.

-Cecilia dice siempre lo que piensa – sentenció Arriedo. - Y casi nunca piensa como yo – agregó enojado.
-¿De dónde pudo haber sacado que Ud. y García Mónaco peleaban seguido? – preguntó Richi.
- Eso lo puede responder ella, yo no tengo nada más que decirle. Lamento la muerte de su marido, tal vez más que nadie. Le pido que se retire y me deje trabajar en paz. Por si no lo sabe estamos en campaña y su presencia me perjudica.
Richi había entrado a la fuerza en la sesión del concejo, ya no tenía tiempo para formalidades. A los gritos pidió por el concejal Arriedo y le había sorprendido la eficacia del método. Arriedo apareció de inmediato y lo llevó, de la mano, a su despacho. En el hall quedaron varios periodistas que no tuvieron tiempo de registrar el evento.
Poco pudo sacar de la conversación. El concejal no era un hombre de palabras, algunos lo tildaban de “no tener nada que decir”. Richi no pudo obtener información valiosa de su relación con García Mónaco. Lo único que supo era que el doctor aportaba en la campaña.

Esa tarde volvió al departamentucho intuyendo que una mano poderosa lo quería sacar del medio. Ya había sido visto en la zona del consultorio del doctor y, en los últimos días, había visitado a Cecilia lo suficiente como para despertar sospechas. La inquietud era en quien.
Pocas cartas le quedaban en el mazo y menos días para jugarlas. Era ahora o nunca. A todo o nada.
- Me trasladan a Neuquén la semana que viene- dice Richi mientras agrega hielo a su whisky. - No dudo que acá hay una mano moviendo el tablero. Se piensan que soy un peón más. No imaginan el caballo que acaban de despertar. Estaré en jaque, pero todavía seguimos jugando.

Le quedaban pocos días en Rosario y estaba comprometido a aprovecharlos. Ya no tenía que perder tiempo en la oficina, de modo que esa mañana se vistió para la ocasión y visitó a Cecilia.
-¿Arriedo y tu marido se veían seguido?
- Ex marido.- corrigió Cecilia de inmediato.
- Bueno, tu ex. Me dijiste que discutían mucho, ¿dónde se veían? ¿en casa o en el consultorio? ¿había más gente en las reuniones? ¿Cuánto aportaba Jorge para la campaña? Ya sé, muchas preguntas, te pido disculpas, no me quiero olvidar de nada y traje todo anotado.
- Mi marido…
-Ex marido.
- Jorge nunca se había metido en política. En los últimos meses se contactó con Arriedo. Estudiaron juntos en la facultad. Al principio lo hizo para conocer mejor una reglamentación que iba a sacar el concejo acerca de las clínicas de Oroño. Al final no pasó nada, pero siguieron en contacto. Se reunían dos veces por semana en casa. En los últimos encuentros discutían cada vez más, nunca supe el motivo. Jorge no me contaba y con Arriedo nunca crucé más de dos palabras.
-Si te acordás de algo avisame. No me quedan muchos días en Rosario, me trasladan. No quiero irme sin resolver el caso.

En el auto Richi se acordó de Anita, su ex. Decidió que lo mejor era llamarla para contarle de su próxima mudanza. Habían pasado muchos meses sin conversar y la idea le revolvió el estomago. Prendió un cigarrillo para calmarse y abrió el celular.
Dos veces atendió el contestador y Richi respiró aliviado. –Ahora que me llame ella – dijo en voz alta. Encendió el motor y mientras maniobraba vio a Cecilia saliendo a la calle.
Estaba con otra ropa, mucho más elegante y se había maquillado. Diez años menos parecía tener. Era otra persona. Paró un taxi y se subió.
“PUTA” indicó el celular. Era Anita llamando. Es la primera vez que me das bola tan rápido, pensó Richi y no atendió. Estaba concentrado en no perder de vista al taxi que iba rumbo a la Florida.

En el camino recordó la placa roja que había visto en TV: “Ahora dicen que el médico muerto en la ruta era flor de sádico”. Tal vez todo se reducía a eso. No había secretos o, a lo sumo, hubo uno y ya era público.
¿Era todo una fábula? Podía serlo, sin dudas. Tendría que conversarlo con Zulma, la psicóloga de la víctima que pudo salvarse.
Si todo era un invento, su invento, no podría irse de Rosario. Necesitaba ayuda profesional. Se tomaría una licencia larga, tal vez definitiva, y vería pasar los días desde su segundo piso de escalera. La perspectiva era interesante. Al menos más que la idea de retomar la rutina previa al caso.
Mientras manejaba se convencía que todo era producto de su imaginación. Un invento para dar sentido a su vida que fluía de una depresión a otra, sin sobresaltos o emociones.
Richi se había olvidado de Richi y parecía un individuo sin tiempo. Aquel de los dieciocho años no había tenido futuro. Éste no tenía presente y quería olvidar el pasado.
Pero todo era distinto ahora. Había avanzado en el caso solo. A contramano de la investigación oficial que había sido nula. Richi ya no era el mismo de antes, ya no habría vuelta posible.
Era Neuquén o la gloria. Pero jamás volver con el devoto de su jefe.

Llegando a Parque Alem se le quedó el auto y tuvo que correr. Tuvo suerte ya que vio, a lo lejos, como el taxi frenaba. Casi sin aliento Richi se apoyó en un árbol a espiar.
-Son todas iguales. Pedazo de puta – murmuró mientras Cecilia saludaba con un beso al concejal Arriedo.

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