sábado, 7 de noviembre de 2009

Capitulo 9 (Iberia-Nano )

El hombre rudo, con los billetes en la mano, interroga a Anita.
-Vos sabés de donde son, le dice señalando el fajo. –Decime perra, quién es el falsificador.
Anita calla.
- ¿Dónde los hace y desde cuándo?
Anita muda.
Si no hablás, sos boleta. Basta!
Anita apenas sale del asombro. Pero, tras una breve vacilación, con la voz tomada por el susto y algo de coraje le dice: -Yo no sé de que hablas.
-Zorra, largá todo lo que sabés – le dice el otro delincuente, apuntándole a la cabeza-
Anita piensa en sus hijos y rápidamente contesta:
-El que puede saber es Richi, mi ex esposo, que es de la Federal, pero ya no vive con nosotros, estamos divorciados.
-Dame su dirección.
Anita hace un ademán para acomodarse la ropa y el chorro la empuja y le grita:
- Quieta ,yo anoto, largá todo!
- Viamonte 125 . Luego la vuelve a maniatar, tapándole los ojos y la boca. Aquí vas a estar bien segura, no intentes nada. Cuando vuelva vamos a hablar. Cierran la casilla y queda la mujer gorda que le dice:
-Quedate tranquila sino, estos te queman.
Pasan las horas. Anita se acomoda en la silla, se recuesta a refrescar su memoria y sobrevienen testimonios de los medios, de cuando en el verano, una vez aparecidas las tres mujeres violadas y asesinadas, también se habían encontrado, entre sus ropas, billetes y pasaportes falsos. Recuerda también, que el juez ante esta evidencia, se había declarado incompetente y el caso había pasado a la Federal. Ahí desapareció de los diarios.
Se sospechaba también que ese dinero habría sido dejado intencionalmente. Pero nunca más se habló del asunto.

Las horas pasan y Anita sufre pensando en Paula que la espera para ir a la modista y en Sebastián, su hijo. El cuarto lánguido, con olor a sulfato, y en los rincones ese olor que suele encontrarse donde vive gente nauseabunda. Paredes negras, como suelen pintar algunos cuando creen haber sido víctimas de un algún abuso. La espera, aún sin torturas significativas, resulta tan acongojante como el mismo tormento. Al amanecer, sus fuerzas eran mínimas. No había querido probar una sopa de granos que había preparado la gorda mugrienta.
Por otra parte, también esa noche, Richi se iba recuperando en el hospital, luego de haber sido sedado por algunas horas y tenía el mismo pensamiento que Anita: Sus hijos. Recordó la última llamada de Paula y decidió llamarla, pero después de tres intentos, le dejó un mensaje.
-Tendrá que descansar más, esto no es broma, por ahora se recupera pero…- oyó Richi decir al médico-
- ¿Descansar, justo ahora?
El médico le recetó tranquilizantes y le dio 24 horas para salir del hospital y regresar a su casa, no al trabajo.

………………………………………


A la mañana Arriedo, sale de su casa dispuesto a encontrar la caja con los votos, junto con otra folletería referente a las elecciones, donde figuraba como candidato a Intendente y que estaban en el Audi de García Mónaco. Todo gracias a la amistad que lo unía a un sargento de la 3ra, que había guardado, si bien no la caja completa, si algunos de los papeles que contenía.
Algunos vieron la caja - según había escuchado- pero desapareció, aunque muchos votos se desparramaron y fueron juntados por los curiosos. Era lo único que sabía.
Burgos sabe que Richi estuvo allí y es posible que hubiera encontrado algo de información.
- Debe tener los folletos de la imprenta- piensa- por eso yo quería que se fuera lejos este hijo de puta, pero ahora está todo paralizado. Arriedo, quedó intranquilo con los dichos de Burgos. Cualquiera pudo haber levantado información, y ésta resultar clave para un inspector. Y en efecto, Richi, al salir del hospital, busca en sus bolsillos la folletería recogida aquel día y sin pasar por su casa, va directamente hacia la dirección de la imprenta. Al llegar comprueba que ya no existe. Pregunta a un vecino y éste le dice que hace varios días que está cerrada y que no se ve a nadie trabajando allí.

Richi llama al Perro y le pide más datos sobre los billetes falsos encontrados en el caso de las tres víctimas.
-Desaparecieron rápidamente cuando intervino Burgos y hasta ahora hay silencio sobre eso.

Mi olfato me dice que Burgos es o era el dueño de la imprenta - piensa Richi- pero no puede seguir analizando porque al llegar a su casa se encuentra con su hijo.
-Sebastián, ¡Qué raro que hayas venido! ¿Qué anda pasando?
-Mamá está desaparecida, no la encontramos por ninguna parte – dice Sebastian casi llorando. Richi, por suerte está medicado.
-¿Desaparecida? ¿Pero qué querés decir? ¿Perdida, desaparecida, secuestrada? No se habrá ido de viaje de sus parientes de Labordeboy, sin decirle nada a nadie?
-Papá, salió con Silvia, no sé si fueron al cine o adónde, se despidieron a la salida del cine y no se supo más nada. Se la tragó la tierra.
-¿Cómo, y el auto?.
- No sé, no sé, te digo que no sé nada …
Le cuesta reponerse de la noticia, mientras bosqueja alguna estrategia para encontrarla. Más sereno Richi habla dos palabras con Silvia y luego llama a su amigo Maidana. Éste ordena urgente búsqueda del rodado. Pesquisa que trae una rápida resolución encontrándose el vehículo abandonado en inmediaciones de la seccional 19. Por esas horas, Paula se había acercado a la Delegación en busca de ayuda, aportando el sólo dato de un cambio de auto luego del secuestro de su madre en las inmediaciones de Brown y Ov. Lagos. Se instruyen allanamientos en conocidos aguantaderos de la 19, que luego se extienden a la 20, aunque sin resultados. A la mañana siguiente, Richi va personalmente a la cuadra donde había sido encontrado el Focus de los delincuentes y con la complicidad de un vecino que espiaba los movimientos, luego de una charla confidencial, logró conseguir un dato, que entre la reticencia y la desconfianza, le pareció de importancia. Un refugio de chapas pintadas de amarillo, en el interno de la Villa Bengalita, con entrada por el pasillo número 3. Este buen hombre, tío de un puntero del barrio, intuye pueda estar lo que la policía está buscando. Se despidió con un “top secret” y con el permiso de Maidana, se puso al mando del rastreo. Otra orden de allanamiento y 6 policías completaban el comando. Llegada sigilosa, entrada intempestiva y violenta a la casilla amarilla, basta para encontrar a Anita amordazada y sujeta a una silla rota. Logran rescatarla, mientras los otros maniatan a la mujer gorda. La mujer intenta justificarse diciendo que sólo recibe dinero por tener a personas por poco tiempo. Que no sabe nada, que ni siquiera conoce las caras de los secuestradores. Y seguía explicando, mientras era subida al móvil policial. Luego resignada agregó:
– Si me sacan de esta, yo los puedo ayudar- Nadie le contesta y salen rápido del lugar mientras Anita, entre lloriqueos y lamentaciones advierte que ella sí podría reconocer los rostros de los secuestradores.

Arriedo siente que se le cierran los pasos cada vez que pregunta por la caja. Y hay una sobreviviente que lo conoce. La noticia sobre Regina pasa a primer plano.
Algunas frases recurren a su mente desde la angustia:
- Tiene que desaparecer.
- Del sacrificio hay que encargarse con urgencia antes de que la infeliz abra la boca.
- El tablero tiene que limpiarse y es necesario que cada pieza asuma sus roles. Cada uno llevará a cabo el suyo sin romper las normas.
Cuando se dirige hacia la casa de Regina, se da cuenta de que necesita ayuda. Ciertos trabajos dependen de la voluntad, tantos otros de la obligación. Arriedo se siente señalado, como a quienes apuntan con el dedo insidioso de la culpa, a la vez que se persuade de que esta confusión lo enreda en un medio juego confuso y de difícil resolución. Finalmente se convence de que los alfiles son los alfiles y los peones son los peones.

Pasan varios días sin que nadie ataje la salida del Cavaliere. Era necesario aplacar las cosas, pero el Dr. Benito Lamella Greca parte.
El sol se recuesta por sobre la cúpula de la iglesia de San Augusto, para refrescar la canícula y mitigar la inquietud de los miles de paseanderos que equivocaron la época del año para pasear por el centro de Rimini. Ya había terminado el festival de la canción en el complejo montado sobre la playa, de todos modos quedaban los resabios del verano que negaba a irse. Grupos de jóvenes acarician una y otra guitarra, otros hacen resonar una verdadera. Ciudad acaramelada, tierna, sonorizada y desprevenida. Ciudad para rehacerse, recostarse y relamerse. Costumbres acogedoras, intervalos de regocijo que auspician más entretenimiento. Explosión de júbilo de remotas piezas de artillería. Julio César trata de rearmar su tropa en el centro de la Plaza Tres Mártires, jóvenes enamorados se encolumnan detrás de su figura extemporánea, advenediza. La torre del reloj, mueve las agujas para el relax de los angelitos que salen a señalar las fases lunares y a contar la gente que los ignora. Muchos repasan encuentros furtivos que evocan melodías ligeras. Un teatro de marionetas no alcanza a distraer a dos émulos de intelectuales que piensan la próxima jugada en el ajedrez gigante. Carrusel de actividades sociales y culturales en el sitio de las grandes gestas caballerescas. Tres mártires ocultan otro tipo de sacrificios. El bar atraía, para el tradicional café al paso, con tres mesas de patas de hierro forjado y con sillas símiles afuera. En una banqueta más cómoda, en la única mesa que se escondía adentro, el Dr. Lamella Greca, escrutaba y asentaba en su memoria los apuntes que recibía del exterior. No le valía servirse de la tecnología de los tiempos modernos. Tampoco escribir y borrar, registrar y archivar. Los rastros quedan cifrados y catapultados en su propia botica natural y los informes llegan por vías más ecológicas. Órdenes capitales no tardarán en llegar, aún cuando los accidentes se van sucediendo con extremada frecuencia. Hay indicios de un acercamiento entre Cecilia y el investigador, luego de la desaparición de su marido. Esto lo han advertido muchos, más allá del posible affaire; también es reconocida la extroversión de la señora y la facilidad con la que pasa de la discreción a la charlatanería.

Sofía García Mónaco es una joven inteligente, audaz y de carácter fuerte. Está grandemente afectada por lo que le sucedió a su padre. Llama a su madre y le pide que acelere la investigación, porque ve que se encuentra demorada.
-Ya nadie habla del caso si vos no lo hacés -grita a su madre-
-Yo me presento a la justicia y lo hago sola. Sofía habla con voz amenazante, pero Cecilia no le da importancia.

Dos días después, la joven se presenta con su abogado ante el Juzgado Federal de Primera Instancia, reclamando se acelere la investigación del caso.
Por primera vez en su vida, se enfrenta con la impotencia y con la injusticia. No sabe que contestar cuando le informan que allí no hay ordenada ninguna investigación con esos datos. Ni siquiera de oficio. Consternada, se dirige a la Delegación Provincial. Pero la sorpresa es mayor. Tampoco hay actuaciones sobre el caso.

-Esto es una broma- le dice al abogado-
- ¿Cómo que no hay denuncia ni investigación sobre un caso tan reciente y sonado como el de los últimos días? - No puede ser, - grita desesperada-
Su abogado la tranquiliza. Es una vergüenza pública -le dice- te acompañaré hasta encontrar a los responsables.
Un empleado le dice: -Si quiere vuelva mañana que estará el jefe, tal vez, él sepa algo.
La joven, horrorizada y pensando que le han ocultado la verdad desde hace tiempo, decide volver a interrogar a su madre.
La encuentra a punto de salir.
– No te dieron información, porque el caso está siendo investigado en forma reservada. Yo misma lo solicité. No quiero publicidad, se trata de nuestras vidas.
Pero soy su hija - dice Sofía- debí saberlo. Mi abogado cree otra cosa.
¿Abogado? – pregunta Cecilia, indignada. ¿Metiste a un abogado?
Sí, porque vos no hacés nada y eso es terrible para mí. Yo quiero al asesino de mi padre y voy a parar hasta encontrarlo.

Cecilia se despide aparentando tranquilidad, pero la situación se le ha puesto difícil. Atormentada no ve otra salida que la ayuda de Arriedo a quien no quería ver más. Lo llama. El político no atiende. La situación para él, es comprometida y ha decidido no aparecer hasta que se consume el dictado. Confía en que pronto estará más limpio el tablero.
Arriedo se calentaba fácilmente con Cecilia y le había regalado pistas comprometedoras, por eso, cuando vio la llamada en el celular, dudó en contestar, aunque igual lo hizo. Pronto se arrepintió porque se dio cuenta que ella no tendría escrúpulos en hablar, cualquiera fuera la situación.
-Es una puta imbancable y ahora tiene la excusa de la muerte de su marido. Hay que librarse de ella… ¡Qué día de mierda!

Sofía, apesadumbrada, decide visitar a los amigos de la familia, mientras su abogado le pide discreción. A algunos, los había visto por primera vez en el velorio, a los otros conocía de vista del barrio, aunque ni la saludaran. Consiguió una dirección y un par de números telefónicos, pero sólo encontró reticencia y evasivas cuando indagó por su padre, sobre todo en los amigos de Lamella Greca. Y hasta en actitudes de la familia y de su propia madre, a quién encuentraba con una sugestiva pasividad, impropia para una viuda reciente.
-¿Quiénes serán esos? Se pregunta confundida. Seguramente mi padre tendría secretos, todo cirujano plástico los debe tener, pero cuáles serían. ¿Para qué tenía amistad con esta gente que no muestra la más mínima pena por su muerte? Mi papá siempre fue un santo, trabajador, madrugador. Con nosotros se excedía en gentilezas, me llevaba la escuela, me regalaba cosas…

Mientras, en el silencioso y cálido atardecer, Maidana se pasea por Bv. Oroño, haciendo un reconocimiento del lugar donde está la clínica de García Mónaco y la mansión del Cavaliere. También relojea en las alturas, y con disimulo descubre que hay un espía. Rita, la empleada doméstica del Cavaliere, había advertido sobre movimientos extraños en el edificio amarillo de enfrente. Luego, las investigaciones habían detectado movimientos que podían involucrar a un traficante de drogas en el 10° A. Por eso Maidana, que había conseguido una orden de allanamiento, manda de civil al Cabo González, a encabezar el procedimiento y mientras él se aleja hacia la esquina el Cabo llega hasta la puerta del edificio y toca el timbre. Responde un flaco.
- Traigo el paquete - le dice- simulando ser un vendedor.
Enseguida baja el flaco, desgarbado, consumido y hace la transa. Ya se volvía, pero Maidana traba la puerta y le dice:
– Son falsos - dame dinero bueno. El muchacho pretende sacar de entre sus ropas un revólver, pero el cabo, más ràpido lo reduce, llama a los otros agentes, que irrumpen en el 10° piso, precintan el departamento y se llevan al joven detenido.


Cecilia recibe en su casa a Richi, según había quedado pactado. Sobre una acostumbrada música lenta de fondo, dos copas de anís, aromas de manzanares y una ligera charla de compromiso. Siguieron tibios escarceos de aproximación y ciertos flirteos grumosos propios de la naturaleza animal comenzaron a desviar el motivo de la charla. Fotos en blanco y negro daban luz a un pasado cercano. Una puerta cerrada, dos calas detrás. Una tertulia que busca en el recuerdo el desenfado de la adolescencia. Un biombo disimula irrefrenables deseos que invitan a la inversión. El difuso retrato de un joven en el centro del living ya está acostumbrado a consentir. Una vibración imperceptible deja caer el escote alguna vez ingenuo, para que un mitin de manos, labios, caricias y arrullos se convocaran en simultáneo sobre pechos amistosos que invitaban a una peregrinación interminable. Casi un allanamiento comando, que encuentra complacencia en la finca de Cecilia. Campo más que apto para la explotación indiscriminada. Cuando se dio vuelta para apagar el celular, Cecilia ya estaba desnuda. La exploración prosiguió con intensidad, aunque más pausadamente. El cuello, los pechos, las axilas, el ombligo y las partes, primero de acá, luego de allá. Un encantamiento que pasó sin retardos a un amor desenfrenado. Ya no se enredaban los pelos, las uñas mimaban y las partes mojaban.
-Más, más, más- se oía hasta entrecortado, mientras Richi buscaba más fuerzas en un retrato juvenil. El amor duró lo inconsciente, aunque el ballotage quedó para el terreno investigativo, luego de que aflojara un tanto la tensión. Al mismo tiempo se consumían los sahumerios de anís.
Apenas terminó de coger, Richi se dio cuenta, de que todo lo que le había dicho Cecilia era una mentira. Habían tenido un sexo casi brutal, las manos de ella arañando la pared, mientras él sujetaba su cintura en un intento de inmovilizarla para poder recorrer su espalda con la lengua. Con cada lamida ella separaba más sus piernas, bajando con una de sus manos hasta agarrarle las pelotas con fuerza. Mientras ella le pedía más, él preguntaba más, provocándola a explicar, a cambio de ofrecerle su pija. -¿Querés esto?... decíme qué mierda pasa con Arriedo… ¿te gusta?... entonces aclaráme ¿por qué estás tan tranquila con la muerte de tu marido? Puta, estás recaliente... si querés que no termine, hablá. Y ella había hablado, con cada penetración una respuesta, pero él sabía que aquello que negó o afirmó, era solo por satisfacer su necesidad de hembra, que ni siquiera pensaba las palabras que emitía entremezcladas con sus quejidos. Él empujaba, con bronca, sintiéndose dueño de un poder que lograría quebrarla. ¿Era Arriedo el marido de una paciente de tu marido? ¿Qué amistad tenía el doctor con el cavaliere? Pero Cecilia era experta, sabía que lo que ella ofrecía también era importante para él, un refugio húmedo donde descargarse de todas las veces que se había puesto duro con solo verla.
No hubo más besos ni caricias, eran dos animales embistiéndose en busca de una primacía que les permitiera a uno saber y al otro ocultar. Con el último grito de Cecilia, quedaron los dos quietos, casi sin respiración, Richi se apartó en silencio, levantó su ropa que había quedado desparramada por el piso y fue al baño. Cuando volvió, ella seguía desnuda y se había recostado en el sofá. Como una diosa intocable, fumaba con la mirada perdida en un punto fijo. Al verlo entrar, recorrió lentamente sus pezones con los dedos, simulando estimularse para volver a comenzar.
- ¿Era esto lo que buscabas después de tantos años? - preguntó.
Richi la miró, le resultó una completa extraña a pesar de conservar sus rasgos casi intactos, algo escapaba de sus ojos que la hacía diferente y se alejaba del recuerdo angelical que él tenía de ella. A Richi le pareció ver cierta tristeza en su mirada cuando ella le sonrió. Se preguntó qué habría sucedido en su vida en esos años para despojarla de ternura, para cubrir ese cuerpo de tanto cinismo y obscenidad.
- Fue un polvo excelente – mintió. Se sentía vacío y hasta un poco asqueado. Pensó en Regina, en su fragilidad y de pronto la urgencia de escapar se le hizo incontrolable.
- Tengo que irme – dijo.
Ella no contestó, y continuó recostada.
- Me voy – insistió.
- Cerrá la puerta cuando salgas – dijo sin mirarlo.
Era una tarde soleada y calurosa cuando Richi atravesó la puerta. Sin embargo un escalofrío le corrió por el cuerpo. Se sentía despreciable y por si eso fuera poco, tenía la fastidiosa impresión de que había sido usado y descartado. Cuando subía al auto pensó que solo quedaba entre ellos un vacío insondable.
Habían surgido referencias a algunas fotos, dichos sobre la desaparición del doctor, pero a pesar de la intimidad lograda, hubo un tufillo raro que le impidió conseguir información extra no pudiendo nunca recomponer su postura de perito. Richi, que había imaginado una visita profesional, no supo nunca cómo pasar del embeleso a un interrogatorio eficaz. Entonces varias preguntas le quedaron por hacer, del tipo, ¿Qué relación mantenía tu marido con sus pacientes? ¿Eras consciente de la afinidad que producía su profesión en las consultas? ¿Nunca te interesó saber cuál era la actividad de Arriedo? ¿Si sabías que tu marido te engañaba, por qué callabas? Y caminaba por la calle y seguía haciéndose preguntas: ¿Cuál era la relación de tu marido con sus hijos? ¿Qué vas a hacer con la clínica?
Por suerte, en minuto de lucidez, cuando Cecilia había subido al baño, Richi revisó el celular que ella dejó sobre la mesa y descubrió llamadas internacionales, de la comisaría tercera y de otro número que anotó rápidamente, antes de que bajara las escaleras.
-Pero vos qué te crees, te invito de la mejor onda, venís acá y me acosas con miles de preguntas como si yo fuera culpable de algo –había escuchado entre sollozos y reproches- Seguramente que hay cosas raras, pero me hacés preguntas que quieren manchar mi dignidad. Son cosas de mi vida privada. Quizás no habré sido una buena madre, pero no soy ni una ladrona, ni una asesina. –Que te quede bien en claro- Eran palabras que le retumbaban de entre medio del frenesí. También un, - quiero que te vayas, ahora me siento mal… Parecían todas palabras vagas, como estudiadas por alguien acostumbrada a inventar o mentir.
Sube al coche y cuando está por arrancar ve llegar el auto de Arriedo. Ya era tarde, pero se queda. Media hora después lo ve abandonar la casa. Luego en la tranquilidad de su departamento descubre que los números que rastreó en el celular de Cecilia, pertenecían al teléfono particular de Nino y a diversas llamadas provenientes del Uruguay.

El Cavaliere se traslada a Vicenza, para la más grande feria italiana del oro y orfebrería. Una feria abierta a las casas más grandes de Europa. Donde se encuentran más joyas que en el “Ponte Vecchio” de Florencia. Y donde son pocos elegidos que pueden pasar de la admiración a la compra. Para esta época se ven jeques y políticos de ignotos países, otros llegan de oriente medio para transformar el oro negro, empresarios del norte de europa y otros bienudos con sus damas de compañía. También hay dinero oscuro que se permite canjear por suntuosidades. El cavaliere frecuentaba anualmente Vicenza, allí se encontraba con un Ingeniero, ex socio suyo, cuando trabajaban en la industria del papel. Y otros amigos de la escuela, que se habían trasladado a allí por cuestiones familiares.
Una vez conocidas las noticias desde Rosario, decide oportuno permanecer unos días más en Italia, aprovechando las gentilezas del ingeniero amigo.

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