jueves, 3 de septiembre de 2009

CAPITULO 4




CAPITULO 4 - Maby -

Golpeó la puerta, en el vidrio, como le había indicado desde el primer día que fue. Hacía ya seis meses que iba sin faltar a una sola sesión.
Esperó con las manos en los bolsillos de su pantalón, miraba la punta de los zapatos, y acomodaba las pelusas de la alfombra de entrada. Sus pies no dejaban de moverse. Al levantar su mano para insistir, la puerta se abrió.
- Regina, buenas tardes, adelante.
Regina entró con su cabeza gacha, a la consulta que había pedido de urgencia a su psicóloga. Era viernes a la tarde, no pudo esperar al lunes, que eran sus días de terapia.
Se dirigió al sillón, apoyó la cartera en el suelo, se sentó y no dejó de frotar sus manos. Sólo lo hizo para retirar su cabello de la cara.
- Regina, desea beber un vaso de agua fresca? está sudando.
El silencio profundo dejaba sentir su respiración entrecortada. Tragó con dificultad el pequeño sorbo de agua. Levantó su mirada, y desencadenó en llanto incontenible.
- Regina, cuénteme, qué sucedió esta vez.

- Tengo miedo, algo no está bien. No es como antes. Es cada vez peor.

- Tenemos un umbral de tolerancia, usted se encuentra en ese lugar. Fue exigida a realizar una cirugía que no estaba dentro de sus necesidades. A pesar de todo decidió someterse a ella. Todo salió bien, la operación, el post-operatorio, no hay más nada que temer.
¿A qué tiene miedo ahora? O, a quién?

Dudó en avanzar. Respondió:
- A él.

Zulma, calló, no preguntó, sólo esperó que avanzara.
Notó que su respiración iba normalizándose.
Regina continuó.

- Ayer por la tarde, llegó sin avisarme. Insistía en que lo acompañara a una reunión por la noche. A una de esas, donde el alcohol y la droga descontrola a todos, sin excepción. Son las relaciones que fue presentándome en este tiempo y a las cuales me rehúso a vincularme. No quería ir, no quería que volviera a obligarme. Le dije entonces que no, que no me sentía bien todavía, que fuera solo esta vez.
- Fue mi culpa, yo lo provoqué, debí decirle que sí.

Otra vez el llanto sin aliento, el llanto ahogado, pero siguió.

- Volvió con sus malos tratos, cada vez peor, volvieron los gritos, y se sumaron…

- Qué Regina, qué sucedió?
Instintivamente retiró su cabello una vez más, y fue en ese momento que Zulma sintió cerrársele el estómago al distinguir su rostro golpeado.

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Despertó en la madrugada del sábado, por la brisa intensa que se estaba desatando, las cortinas alcanzaron el jarrón de la cómoda haciéndolo caer. El estallido asustó a Regina, y en la confusión creyó haber oído golpear la puerta de su departamento. Apartó la sábana, y se levantó a cerrar las ventanas, observó que del oeste se aproximaba una fuerte tormenta.
Volvió a sentir que golpeaban a su puerta.
Miro su reloj de mesa, 6.30. Sólo él podía ser.
Después del jueves de discusión temía abrirle, pero si no lo hacía sería peor, sus celos cada día lo descontrolaban más. Podría llegar a imaginar que estaba con alguien y rompería la puerta a golpes. Podría darse cuenta que no lo dejaría entrar, y haría reavivar esa temible ira, que tanto dañaba a Regina. Si comenzaban los gritos su vecino saldría a ver quién estaba allí, y no quería que lo vea, no quería que lo conociera. La diferencia de edad la avergonzaba. No quería escándalos, buscó su manta y se arrimó a la puerta.
Dudaba qué debía hacer, cuáles eran los pasos a seguir. Sentía que Zulma estaba dentro de su cabeza recordándole lo hablado. Su cuerpo temblaba, sus manos se debilitaban y dejaban caer la manta que la envolvía.
Cuando se dio cuenta que ya no podía sostener el silencio, en contra de lo acordado en sesión, preguntó
- Quién es?
- Yo, Regina, quién más puede tocar a tu puerta a estas horas? Abrime, Por qué demorás, dormís desnuda? Tenés que cambiarte?, con quien estás? Abrime te digo.
Por la mente de Regina corrían momentos de terror, no quería que volviera a golpearla. Notaba enojo. Si lo dejaba entrar, no discutirían, su tono de voz le anunciaba que volvía con los celos de ayer, celos nuevos, celos inventados.
Repasó la consulta con Zulma. Y le alivió haberle contado el episodio del jueves anterior.
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Cuando le dijo que no se sentía bien para asistir a la reunión esa noche, él quedó enmudecido, inmerso en una mirada perdida, mordiéndose los labios. Lo miró, estaba inmóvil, sentado en medio del sillón con los brazos extendidos. Su saco desprendido, dejaba ver el blanco de su camisa, y su corbata floja. En otro momento se habría tirado sobre él, apoyándose sobre su pecho y olería detrás de su oreja el perfume que tanto la seducía. El la habría abrazado y le habría llamado mi Reina, no Regina. Pero ya no.
Regina decidió ir por agua fresca, como excusa para aliviar la presión que esa mirada le estaba provocando. El no dejó de mirar cómo se alejaba.
Tenía un ligero vestido de gasa. Debajo del mismo sus nuevos pechos se dejaban percibir. La ventana de la cocina de su departamento, daba al interior del edificio, donde de otras ventanas podían encontrarse miradas indiscretas.
Imaginar que alguien podía observarla lo enloqueció, necesitó demostrarle que era solo suya.
Estaba sacando el agua de la heladera, cuando entró y le cerró la puerta. Fue de tal sorpresa para Regina que no llegó a retirar la jarra, y su mano quedo atrapada. Con su fuerza, la apretaba fuera de sí, sin permitirle salir. Ahogada de dolor logro pedirle que la dejara sacar la mano. Sus ojos enrojecidos, la miraron fijamente deseándola, la tomó del cabello tirándola hacia atrás, y comenzó a besar su cuello, olvidando la puerta de la heladera. Perdido en su excitación, la soltó, pudiendo Regina liberar su mano. Tomó su cuerpo de la cintura, que resbalaba sin fuerzas. La empujó contra la heladera golpeándole la cabeza, la aferró desde sus caderas, haciéndole sentir su miembro, la manoseó con demencia (incontrolable) logrando arrancar su vestido. Alzó su cuerpo indefendible, rendido y la llevó a la cama.
Luego de la operación que él mismo le propuso hacer, convenciéndola con palabras de seducción, cuando aun la seducía ´´Regina, mi Reina, te quiero perfecta, plena, a la medida de mis manos ´´, todo cambió. Los encuentros se convirtieron en relaciones descontroladas, como un animal, con furia de macho al que su hembra debe entregarse sin condiciones. Brutalmente poseía su cuerpo, lo apretaba hasta aliviar el ardor de la forma más violenta. Y el grito de placer hacía sentir a Regina que ya la libraba. Y se dejaba caer sobre sus pechos sin tener el cuidado necesario, de una reciente operación. Las lágrimas de dolor, de vergüenza, de sentirse ultrajada por el hombre de quien creyó estar enamorada, caían una vez más por su rostro, sin ningún consuelo.
Quedó tan sola, tan desnuda, tendida sobre su cama, enredada en las sábanas, con dolor, con un cuerpo agotado, que cada vez le costaba más reponer.
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El grito reiterado de ´´ abrime ´´, la trajo nuevamente al momento que debía con urgencia resolver. Se envolvía fuertemente con su manta, sentía que la abrazaba, y caminaba, no podía pensar, cada grito la aturdía, y bloqueaba, su mente en blanco sólo dejaba que el deseo de morir se le presentara, creía que era su única salvación.
Olvidó al vecino, y comenzó a gritar,
- no quiero que entres, quiero que te vayas, no quiero volver a verte.
En ese momento, sin medir lo que estaba diciendo, gritó ´´prefiero morir antes que vuelvas a tocarme´´ y en llanto terminó, pidiéndole por favor, ya basta.
- Ya basta, por favor,,
En un rincón quedó sentada, en el suelo, apretando sus rodillas en su pecho, como escudo de protección. Miró hacia su dormitorio, lejos había quedado su celular.
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- Regina Montalván, sí, es paciente mía.
- Que le ha sucedido?
- Voy para allá.
Tomo su piloto, y un paraguas, previendo la fuerte tormenta que amenazaba, la cartera, y salió a la calle, confundida, queriendo recordar la consulta del día anterior con Regina. Tomó un taxi. Sus ojos empañados, miraban como la mayoría de la gente transcurría su mañana de sábado sin alteraciones, y se preguntaba, por qué Regina no pudo.
El viento cada vez más fuerte, arremolinaba las hojas. Los árboles más jóvenes eran dominados por su furia, y así la vio a Regina, con su frágil cuerpo queriendo resistir.
Era la primera vez que imaginó los relatos, imaginó cada uno de los golpes, imaginó los abusos, imaginó a Regina llorando, gritando de dolor. Nunca antes se lo había permitido, no podía debilitarse por su paciente y quebrarse con ella, debía ser fuerte, y no comprometerse. En sus propias terapias debía trabajar fuertemente el caso ´´Regina´´
Repasó:
. Acordamos, que no debía dejarlo entrar cuando volviera de su viaje.
. Su celular tenía que estar sobre su mesa de luz, para llamarla, en caso de que así sucediera.
. Debía gritar si no llegaba a marcar la memoria de su celular.
Que salió mal, Regina, qué salió mal?

Descendió del taxi, y sin ver atropelló al niño, que le abrió la puerta, sin entender siquiera qué le pedía. El pequeño quedó mirándola, pero no tuvo respuesta.
Corría por los pasillos del hospital de emergencia. No sabía por dónde ir, hasta que al fondo ante dos puertas vaivén, vio dos hombres, dos inconfundibles policías. Como si alguien le hubiera obstaculizado su camino, dejo de correr, y caminó pesadamente, aterrada, sabiendo que eran ellos quienes la habían contactado.
Richi al verla, no titubeó,
- Doctora Zulma…? soy el Inspector Marino de la Policía Federal.
- Si soy yo, Sr. Inspector, la terapeuta de Regina Montalván.
Sus miradas se vieron cómplices ante un mismo sentimiento, ante un mismo compromiso, ambos desde su lugar, debían haber evitado que esto sucediera.

- Encontramos una agenda abierta, sobre la mesa de luz, con sus datos resaltados, y el celular al lado. Creo que ella sabía que algo podía sucederle, y era a usted a quien quería que llamemos. Lo cree usted?
- Sin dudas señor inspector.
- Cómo está ella? Hizo una pausa - sobrevivirá?
- No saben cómo está viva.
Su vecino la salvo, es él, quien está allí sentado. Dijo que sintió ruidos y gritos fuera de lo normal, y creyó que era el momento de llamar a la policía. No se animó a entrar al departamento pero gritó que había llamado. Parece que esto asustó al asesino y huyó. Creemos que por el estado en cómo la dejó, no sabe que está viva.
- Cree usted saber quién pudo haberle hecho esto?
- Tal vez, ayer me lo quiso decir.

Mabel

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